(Juan 5:1-9).
Las excusas son argumentos que esgrimimos para explicar el por qué algo no salió como debió ser. Y aunque algunas son verdaderas justificaciones, la gran mayoría son sólo mentiras, pero tan bien disfrazadas de verdades que hasta uno se las cree.
Y entre las inconveniencias de las excusas están los hechos de que son adictivas, nos hacen mala fama, no nos dejan enfrentar el verdadero problema por el cual no hicimos o no dijimos lo que debimos, y frena la GRACIA de Dios, ya que no le da lugar para que pueda actuar y ayudarnos.
Aunque suene raro hay algo que Dios nunca podrá perdonar: las excusas. Sí, la sangre de Jesucristo se hace inocua ante las disculpas, pues dicha sangre sólo es efectiva ante los pecados confesos de alguien arrepentido. De manera que si una persona no admite su culpa, no es valiente y asume su responsabilidad, Dios queda maniatado y nada puede hacer. Pero claro, se trata del caso del que realmente ha pecado, no del inocente que nada debe confesar.
En cierta ocasión Jesús se acercó a un hombre paralítico que llevaba 38 años enfermo y que yacía junto a un estanque que en hebreo se llamaba Betzatá. No era él el único enfermo allí, sino que había otros tales como ciegos, cojos y paralíticos. Pero Jesús se acercó específicamente a él y le preguntó: “¿Quieres que Dios te sane?”
¿Y qué contestó el hombre? Se puso a explicarle el por qué no había sido sanado. Ese sujeto estaba frenando la GRACIA de Dios. Claro que era un pecador, el mismo Jesús, en el versículo 14, le dice que no peque más, de manera que se acercó a él a sabiendas de que era un pecador.
Pero Jesús no fue a él para restregarle su pecado y decirle que era un gusano miserable que se merecía estar allí tirado. No, Jesús fue a verlo para llevarle su GRACIA, su favor inmerecido, su amor. Ese personaje no merecía ser sanado, pero la GRACIA de Dios no se da por méritos, sino por misericordia.
Y Dios estaba dispuesto a cambiarle la vida a ese paralítico, a sanarle su cuerpo, su alma y su espíritu. Aunque este hombre estaba tan acostumbrado a sacar excusas que pensó que Jesús le reprochaba el no haberse sanado.
Mas Dios mismo le estaba visitando para preguntarle si deseaba ser sanado. Y lo sanó. A pesar de que el interrogado nunca le dijo que sí quería ser sanado. ¿Qué tal si hoy dejas de inventar excusas, reconoces tu pecado y aceptas la GRACIA de Dios para ti? ¡Suéltale las manos a Dios y permite que pueda obrar a tu favor!
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.