(Romanos 8:15-17; Gálatas 4:6-7; 1 Juan 3:1).
– Doctor, le pedí a la enfermera que lo llamara porque es muy feo lo que le ha pasado a mi bebé, es terrible, usted debe entender que como madre primeriza que acaba de dar a luz deseo lo mejor para mi niño, para mi esposo y para mí. Y la verdad es…
– Señora, estoy al tanto de lo que ha sucedido, pero entienda usted también, esto es algo normal, es parte de la naturaleza, es inevitable, y como madre usted debe estar preparada para asumirlo. Así es la maternidad, tiene su lado amable y su lado…
– No, doctor, yo no puedo aceptar esto. Mi bebé estaba hermoso, rosadito, oliendo delicioso, vestidito con su ropita nueva que le compró la abuela y de repente…
– Sí, sí, lo sé, lo sé. Mire, convénzase de algo, la maternidad es para toda la vida, y esto que ha pasado es algo insignificante. Es más, le aseguro que en cuanto su hijo crezca un poco, el percance de hoy desparecerá, ya usted no tendrá que lidiar con eso. Aunque sí tendrá otro tipo de percances que deberán ser manejados con cuidado y mucho amor. Un hijo es para toda la vida, tanto cuando está lindo para la foto como cuando está sucio y mal oliente. No dejamos de amarlo porque se ensució o hizo lo desagradable para nosotros, sencillamente lo limpiamos y le enseñamos lo correcto.
– ¿O sea que ni usted ni nadie me puede prometer que un hijo no se ensuciará otra vez?
– Es correcto. Y el hecho de que hoy tu bebé, delante de todos tus familiares y amigos, te haya orinado en la cara, te haya ensuciado hasta el cabello con sus heces y haya dejado un mal olor en todo el cuarto, sólo demuestra que es un niño. Eso es todo. No hay porque armar una tormenta en un vaso de agua. Además, cuando él madure ya no presentará este problema de no controlar sus esfínteres, sino que deberá enfrentar otro tipo de problemas, que igual tú y tu esposo le van a ayudar a resolver.
La anterior historia es mera ficción, elemental e irreal, pero ilustra una verdad bíblica: “Cuando eres hijo de Dios lo eres siempre, limpio o sucio. En el acierto o en el yerro. En obediencia o en desobediencia. En el gozo de la bendición o en la aflicción de la disciplina. Dios no está jugando a ser Papá. Él ha tomado su paternidad de manera muy seria y real. Dios te ama y te cuida. Además te conoce muy bien. Y a pesar de conocerte te ha recibido con todas tus imperfecciones y seguirá trabajando en tu vida para perfeccionarte”.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.