(Mateo 20:29-34). En cierta ocasión Jesús el Mesías iba pasando por la ciudad de Jericó cuando los gritos de dos mendigos, ciegos, lo obligaron a detenerse y a preguntarles qué querían, recibiendo como respuesta que deseaban ser sanados de sus vistas. Jesús entonces, sintiendo compasión de ellos, les hizo el milagro de abrirles los ojos.
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(Hebreos 6:3-6). Hay personas que van a bañarse a la playa y lo único que hacen es mojarse los pies en la orilla, les da temor adentrarse un poco más y darse una buena zambullida. Y lo más cómico es que después regresan a contarles a otros cómo fue la experiencia de nadar en el
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(Mateo 16:17; Gálatas 5:16-26). ¿No resulta una ironía el que a Dios no lo hayan crucificado ni los ateos, ni los maleantes, ni los peores pecadores de su época, sino sus “santos ministros” que ocupaban altos cargos eclesiásticos y que gozaban de un gran prestigio como sabios, doctores en teología, maestros, escritores, conferencistas, consejeros y
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(Hebreos 12:15). Doña Dolores, doña Angustias y doña Soledad son las tres damas del barrio que siempre se juntan en la tardes para tomar el té y para hablar de sus congojas, de sus lamentos y tristezas. Ellas son expertas en atesorar malos recuerdos, es más, los buscan y los coleccionan diligentemente como quien guarda
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