(Romanos 8:28).
Un maestro y su discípulo pasaron la noche en la casa de una humilde familia campesina, la cual, a pesar de sus pocos recursos, supo ser una muy buena anfitriona. A la mañana siguiente, después del desayuno, cuando los visitantes se aprestaban a despedirse, el maestro le preguntó al jefe del hogar cómo les estaba yendo, y éste le respondió que aunque no eran ricos, él, su esposa y sus dos hijos, no habían perecido de hambre gracias a una vaca que tenían.
La leche que producía la vendían en el pueblo junto con la mantequilla y el queso que también preparaban. Y con el dinero que recibían podían comprar las demás cosas que les eran necesarias.
Al despedirse de la familia y yendo por el camino el maestro le dijo al discípulo:
– ¿Te has fijado en lo descuidada que está la casa, lo mal vestidos que están los niños, cómo la hierba ha crecido y el campo está sin labrarse? Ahora mira esa vaca, es el único sostenimiento que tienen. Tómala y tírala por el precipicio.
– ¡Pero maestro! No, por Dios, cómo vamos a hacerle eso, si esa vaca…
– No discutas, ve y haz lo que te he dicho.
Pasaron algunos años y el antiguo discípulo, convertido ahora en un nuevo maestro, pasó por el mismo sitio. Sólo que esta vez notó que en lugar de la casucha fea y vieja ahora había una vivienda grande y muy bonita, con varios autos estacionados afuera. Los campos estaban sembrados y había muchos animales en los corrales.
Se sintió peor que en todos los años anteriores cuando recordaba que él, por instrucción de su maestro, había matado la única vaca de esos campesinos. Temiendo lo peor tocó a la puerta para preguntar si sabían algo de los antiguos dueños. La sorpresa fue grande cuando la misma familia lo recibió. No lo podía creer. ¿Qué había pasado?
– Verá, cuando se murió nuestra vaquita mi esposa y yo decidimos buscar otros ingresos. Yo me puse a cultivar la tierra y mi esposa a coser para la gente del pueblo. Hoy en día ella es la dueña de una próspera fábrica de ropa y yo he hecho de esta tierra una moderna y productiva hacienda con animales y maquinaria. Mis hijos fueron a la universidad, se casaron y hoy nos están visitando con nuestros nietos. ¡Dios nos ha bendecido! Después de la vista de ustedes, comenzamos a prosperar. Y todo se inició con la muerte de la vaca. Fue una oportunidad disfrazada de desgracia.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.