Usando nuestra imaginación vamos a trasladarnos mentalmente a la tierra de Egipto y vamos a mezclarnos entre la multitud de israelitas que están cruzando el Mar Rojo que Moisés acaba de dividir. Una multitud de aproximadamente dos millones de personas entre mujeres, niños, ancianos y hombres que no saben nada de guerra están caminando por entre las aguas hacia la otra orilla.
Es de noche, el piso está mojado, el aire es húmedo y con un fuerte olor a sal marina. Y lo increíble es que estás caminando por el fondo del mar, sólo que las aguas se han separado a izquierda y derecha dejando en seco un largo callejón. Al levantar la mirada sólo aprecias miles y miles de cabezas de personas indefensas que avanzan lentamente, mientras que atrás viene muy aprisa el terrible ejército de faraón, bien armado y entrenado y con 600 carros de combate, sin contar los jinetes y toda la infantería.
Puedes advertir que en breve habrá allí una inminente masacre pues no hay hacia dónde escapar, ya que a lado y lado hay dos altísimas murallas de aguas contenidas, como si se trataran de dos inmensos acuarios con vidrios muy transparentes. Pero eso no es lo peor, lo más grave es que Dios… se fue. ¡Sí, es verdad! ¡Pero no puede ser! ¿Cómo es posible que Dios haya abandonado a su pueblo justamente en este momento tan crítico?
¿Acaso no hemos aprendido que Él va delante de nosotros como poderoso gigante? ¿Acaso no es el Señor nuestro guía y nuestro pronto auxilio en las tribulaciones?
Pero un momento, algo extraño ha sucedido. Sí, algo está pasando. Es entonces cuando decides abrir tu Biblia electrónica que llevas en tu celular y buscas Éxodo 14:19-20.
¡Claaaarooooo! Ahí está la respuesta. ¡Encontraste la explicación! Sí, efectivamente el ángel de Dios y la columna de nube que iban delante de Israel, se apartaron, dejaron la delantera, pero por un motivo especial:
“Entonces el ángel de Dios, que marchaba al frente del ejército israelita, se dio vuelta y fue a situarse detrás de éste. Lo mismo sucedió con la columna de nube, que dejó su puesto de vanguardia y se desplazó hacia la retaguardia, quedando entre los egipcios y los israelitas. Durante toda la noche, la nube fue oscuridad para unos y luz para otros, así que en toda esa noche no pudieron acercarse los unos a los otros.”
¡Qué alegría encontrar esa respuesta! Tanto el ángel de Dios como la columna de nube se apartaron de los israelitas, pero no para abandonarlos y dejarlos morir, sino para ubicarse justo detrás de ellos, cuidándoles las espaldas, siendo luz para ellos pero tinieblas para los egipcios. Fue de esa manera que el veloz ejército de faraón, durante toda la noche, no pudo alcanzar al lento pueblo del Señor. Y cuando el último hebreo pisó la otra orilla, las aguas se juntaron nuevamente y… ¡bueno, ya sabemos el resto!
Ahora, volvamos mentalmente a nuestro presente y pensemos en esto: ¿será Dios capaz de abandonarte cuando llegó a amarte tanto que dio la vida de su Hijo Jesucristo por ti? Pues aunque una madre sea capaz de abandonar a su bebé, Dios jamás te dejará, nunca.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.