(Mateo 16:17; Gálatas 5:16-26).
¿No resulta una ironía el que a Dios no lo hayan crucificado ni los ateos, ni los maleantes, ni los peores pecadores de su época, sino sus “santos ministros” que ocupaban altos cargos eclesiásticos y que gozaban de un gran prestigio como sabios, doctores en teología, maestros, escritores, conferencistas, consejeros y predicadores?
Sí, es una gran ironía. ¿Qué curioso verdad? ¿Y por qué le tomaron tanto odio a Jesús al punto de pedirle al gobernador romano que lo crucificara? ¿Qué les hizo Dios para que ellos prefirieran liberar al asesino Barrabás y en su lugar matarlo a él? Nos ayudará a entender esa contradicción el diferenciar dos conceptos: llenarse de sentimiento religioso y llenarse del Espíritu Santo.
La persona llena de religión está convencida de que el serle fiel a su institución eclesiástica, el ser constante en sus prácticas litúrgicas y el ser cumplidora de sus tradiciones y mandamientos, le hará merecedora del amor divino.
Ella no goza del amor que Dios le ofrece inmerecidamente, sino que trata de ganárselo. No tiene una comunión directa con el Creador y de doble vía, sino que al orar hace meramente un ejercicio psíquico, pues ora consigo misma.
Por el contrario, la persona espiritual, es aquella que muere a sí misma, que se arrepiente de haber ofendido a Dios, que se vacía de su religión y recibe de gracia el amor, el perdón, la adopción de hija y la llenura del Espíritu Santo.
Es la que dice como el apóstol Pablo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí, en la persona del Espíritu Santo, el cual me controla completamente”. Y eso es muy diferente a lo que dice un religioso: “aquí vivo y mando yo, buscando a Dios a mi manera y haciendo los méritos para que él me ame y acepte”.
Mientras que la persona religiosa se enceguece y es capaz de matar por su fanatismo, la persona espiritual es capaz de dar la vida por sus convicciones.
Las autoridades eclesiásticas judías de la época de Jesús estaban tan llenas de la religión con la cual buscaban a Dios, que cuando el mismísimo Dios vino y se les paró enfrente, no lo reconocieron. Pero si se hubieran vaciado de su religiosidad y hubiesen permitido que el Espíritu Santo los llenara, el mismo Espíritu Santo les hubiera revelado quién era Jesús y les habría hecho caer de rodillas diciendo como Pedro: “Tú eres el Hijo de Dios”.
Y el motivo por el cual le tomaron tanto odio a Jesús no fue sólo porque contradecía sus creencias y tradiciones, sino porque Jesús, quien conocía sus corazones, los desnudaba moralmente y los avergonzaba al confrontarlos con sus verdaderas motivaciones egoístas.
Jesús les hacía ver que servían a Dios no por el amor a Dios, sino por el amor a ellos mismos, a la institución religiosa, a los cargos que ocupaban, al prestigio del que gozaban y a la remuneración que obtenían. Imagínate lo que pasaría si hoy Jesús nos dijera:
”Tú no me amas a mí más que a tu religión, ni más que a tu cargo eclesiástico, ni más que a tu ministerio, ni más que a tu popularidad en radio y televisión, ni más que a tu salario, ni más que a tus libros y conferencias. Yo no soy el primero en tu vida. Tú no estás lleno de mí, estás lleno de ti”.
Quiera Dios concedernos a todos un corazón humilde que nos haga caer de rodillas arrepentidos y dispuestos a vaciarnos de religión y a llenarnos de su Espíritu Santo.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.