(Isaías 1:3).
Abel sigue siendo un arriero, ese fue el trabajo de su abuelo y el de su padre. Aunque no cree que sea el de Tomás, su único varón que ahora está terminando la carrera de agronomía en la capital. El arriero es el campesino que por las diferentes montañas va arriando los asnos cargados con la cosecha que debe vender en el pueblo. Pero ahora, aparte de dedicarse a las labores del agro, Abel también se desempeña como maestro. ¿Y qué enseña?
Oír su historia es una gran motivación, no sólo en lo personal, sino en lo familiar y social. Hace 10 años, como era habitual, llegó al pueblo procedente de la finca con todos sus asnos cargados. De inmediato se fue al depósito, descargó a cada bestia, pesaron los productos y recibió el pago en efectivo.
Tomó rumbo a la tienda principal para comprar los víveres que necesitaría en la casa y para el trabajo en el campo con los cultivos y los animales. Empacó la mercadería y luego la amarró con mucho cuidado a lado y lado de cada una de los burros. Después levantó el palo que usaba como látigo y como bastón y ahuyentó a los cuadrúpedos que salieron en perfecta fila india como si fueran escolares. Un joven que había estado parado observando cada detalle del trabajo le preguntó que para dónde iban esos animales. Y Abel, sin levantar la mirada, contestó:
– Para la hacienda, mijo
– ¿Solos? ¿Sin que nadie los guíe?
– Todas las mulas y burros que tengo se saben el camino de memoria. Ellos van y vienen, llevan y traen carga sin que nadie los guíe. Conocen su amo y su casa. Al único que dejo conmigo es a este burro. Ahora me voy a la cantina, me emborracho, y cuando ya no pueda ni caminar, me le subo, me duermo, y cuatro horas después estoy en mi casa.
Este sencillo diálogo fue la introducción para una charla que duró más de dos horas y una amistad que lleva 10 años. Ese joven, estudiante de agronomía que andaba por ese lugar haciendo prácticas con sus compañeros, resultó ser un cristiano quién le hizo ver que si los burros, siendo animales irracionales, conocen a su amo y su casa, por qué el ser humano se niega a conocer a Dios y no lo honra con su vida.
Desde esa noche Abel dejó de ser un alcohólico y llevó el dinero completo a su hogar. Entregó su vida a Jesús, estudió por correo teología y mandó a la universidad a su hijo. Y por todos los pueblos vecinos es el que ahora enseña la Biblia y ayuda a las familias campesinas a progresar.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.