Los espectáculos circenses nos sorprenden por tener toda una variedad de animales amaestrados: elefantes que juegan fútbol, monos que andan en bicicleta, pingüinos que juegan voleibol, perros equilibristas y otros más que evidencian las habilidades de los domadores. Pero en ningún circo se ha presentado alguna vez una lengua domada. ¿Una lengua? Sí, la lengua de un ser humano vivo que se pueda controlar y sepa guardar silencio aunque tenga mucha rabia, esté ansiosa, emocionada, nerviosa, asustada o lastimada.
La Biblia dice a través del apóstol Santiago, cuyo verdadero nombre era Jacobo, que en el mundo se han podido domar toda clase de animales, algunos muy fieros, pero que nadie ha podido domar una lengua. Y que si queremos ver a alguien que haya llegado a un elevado nivel de madurez espiritual, nos fijemos en una persona que sepa controlar ese diminuto músculo que está en la boca y que controla todo el cuerpo, tal y como un pequeño timón controla un inmenso buque.
Desde presidentes hasta entrenadores de fútbol, desde actores y cantantes hasta amas de casa, todos sin excepción, alguna vez han “metido la pata” “sacando la lengua”. Es por ello que a quienes no saben tener la boca cerrada se les dice lengüilargos, o deslenguados, pues hablan sin reflexionar en el mal que pueden causar con sus palabras.
Incluso algunos personajes ya son tan famosos por sus imprudencias que cada que van a hablar los micrófonos y cámaras están listos para ellos, pues siempre que abren la boca causan desastres. A uno de ellos le dicen jocosamente «Misión Imposible», porque cada que habla se autodestruye, recordando la serie de televisión donde toda grabación secreta se autodestruía después de ser escuchada
Este tipo de personas imprudentes parecen no aprender la lección, aunque días después queden en vergüenza, tengan que pedir perdón y deban rectificar lo dicho. Aprendamos del pez, que sólo lo atrapan cuando abre la boca.
El sabio Salomón, en el libro de Proverbios, expresa hasta la saciedad que el necio habla todo lo que se viene a la mente, en cambio el sabio piensa muy bien para hacerlo. Aunque a veces el necio pasa por sabio, y es cuando guarda silencio.
Que nuestras palabras sean siempre dulces, por si algún día nos las tenemos que tragar. Que cuando se recaliente la cabeza, de inmediato desenchufemos la lengua. Y que Dios nos dé inteligencia y nos ayude a domar la lengüita, para que la usemos como medicina y no como veneno.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.