En el contexto de la vida cristiana si decimos “Gracias”, con la letra “S” al final, nos referimos a la gratitud, al agradecimiento por un favor recibido. Si decimos “Gracia”, sin la letra “S” al final, nos referimos al favor inmerecido de Dios, al regalo del Señor por el cual no hemos hecho ningún merito. Se trata de un don, una dádiva. Y por último, si decimos “Desgracia”, hablamos en una primera acepción de un evento infortunado o de un suceso lamentable o desdichado. Y en una segunda acepción del hecho de haber caído de la Gracia o de haber perdido el regalo divino.
En resumen, “Gracias” es gratitud. “Gracia” es el regalo o don inmerecido de Dios. Y “Desgracia” es algo lamentable o la pérdida del don de Dios. Un cristiano debe vivir consciente de que el bien que recibe de Dios es siempre un favor inmerecido. Y hay que enfatizar la palabra «inmerecido» por el hecho de que no hemos reunido los suficientes méritos como para ganar sus dádivas. Además debe considerarse el que Dios no está en la obligación de darnos las cosas que a diario precisamos.
El perdón de nuestros pecados, la salvación de nuestras almas, el alimento diario, la salud, la protección, el trabajo, el techo y todo lo que disfrutamos son actos de misericordia, de amor, de la gracia que Dios nos dispensa. Él es un buen Papá y como buen Padre se goza sobremanera viendo disfrutar a sus hijos de las cosas que nos provee con tanta ternura.
Es por ello que debemos ser personas agradecidas. Y en lugar de estarnos quejando deberíamos darle las gracias en todo momento, lugar y circunstancia. La gratitud es una sinfonía de alabanza, una ofrenda de amor que un hijo terrenal e imperfecto le rinde a un Padre celestial y perfecto.
Aprender a darle las gracias a Dios por vivir, respirar y hasta por lo que comemos, es tocar el corazón de Papá Dios, es enternecerle aún mucho más. Puede ser que por crianza, costumbre u otros factores, nos hayamos acostumbrado a quejarnos por todo, a criticarlo todo y a no agradecer nada. Mas de ahora en adelante propongámonos erradicar de nuestros labios la “quejabanza” y practicar la “alabanza” que es el idioma del cielo.
Nadie se soporta a una persona quejumbrosa o criticona, pues ni ellos mismos se soportan. Y es más, se la pasan hasta enfermos, y luego se atreven a preguntarse: “¿pero por qué me pasa esto?” La respuesta es sencilla: porque son tierra fértil para todo lo negativo. En cambio, los agradecidos no sólo se ven hermosos y sanos, sino que atraen lo mejor para sus vidas.
¡Tú decides! O te haces una persona agradecida o te haces una persona desagradecida. Mi consejo es que comiences hoy mismo el buen hábito de dar las gracias a Dios por su Gracia y olvídate de las desgracias.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.