(Efesios 6:4).
A los niños se les da recomendaciones muy buenas tales como: “si ves que el perro está comiendo, no es un buen momento para que le hales la cola”. “Si ves un avispero, no lo molestes con un palito”. “Si estás molestando al caballo, no se te ocurra metértele por las patas de atrás”. Y si ves en el camino a una culebra, no intentes brincarla, dale la vuelta”. ¿Y qué le estamos enseñando a los chicos? A ser prudentes, a no provocar a los seres irracionales para que nos ataquen.
¿Y por qué razón los padres no nos damos esos mismos consejos cuando se trata de manejar un conflicto con los hijos? ¿Por qué los abordamos en los peores momentos, con las maneras más descorteses y ofendiéndolos con palabras denigrantes?
El consejo del apóstol Pablo a los cristianos de Éfeso era que no provocaran a ira a sus hijos, que no los hostigaran, que nos los azuzaran como si fueran perros rabiosos. En palabras coloquiales les estaba diciendo: “Mira papá y mamá, disciplina a ese muchacho, amonéstalo, hazle ver sus errores, muéstrale cómo es que está metiendo la pata. Pero por favor, no lo provoques, ni con tus palabras, ni con tus gestos, ni con tu expresión corporal. No lo humilles, no lo denigres, no barras la casa con su autoestima, no lo avergüences delante de otros, no lo hundas en la depresión, no lo dejes al borde del suicidio.
Sé sabio, busca el momento adecuado para hablarle, con las mejores maneras, usando el lenguaje correcto, en el lugar indicado, teniendo la cabeza fría, sin agredirlo, sin atormentarlo y sin provocarlo para que se tire por el balcón o para que se torne violento.
Pórtate como papá, como educador, como su pastor, como su guía, no como su verdugo. La idea es enderezarlo, no destruirlo. Ábrele las puertas del diálogo, no lo aburras con tus largos monólogos. Y gánate su respeto y amor, no su odio. La relación padres e hijos es para toda la vida, así que cultívala, no la arruines. Hazle ver que al igual que él tú también eres imperfecto, pero que dicha imperfección no es una excusa para seguir por el mal camino, sino un desafío para mejorar cada día.
Dile que lo amas, a pesar de sus errores. Y aunque tengas ganas de colgarlo de una viga de la casa, cálmate, porque así como no debes provocar la ira en tu retoño, tampoco debes cultivarla en ti. La Biblia enseña que la ira del hombre no obra la justicia de Dios, así es que debes desecharla antes de que se acabe cada día”.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.