En cierta ocasión Jesús el Mesías iba pasando por la ciudad de Jericó cuando los gritos de dos mendigos, ciegos, lo obligaron a detenerse y a preguntarles qué querían, recibiendo como respuesta que deseaban ser sanados de sus vistas.
Jesús entonces, sintiendo compasión de ellos, les hizo el milagro de abrirles los ojos. Mateo y Marcos relatando este hecho dicen que Jesús salía de Jericó junto con sus discípulos y una gran multitud.
Lucas por su parte anota que Jesús no salía sino que entraba en la ciudad de Jericó. Pareciera haber entonces entre ellos una aparente contradicción, pero no hay tal, puesto que todo depende desde qué lugar estás viendo a Jesús.
Mateo y Marcos están mirando al maestro desde la parte judía de Jericó, que es la más antigua y la más pobre.
Y Lucas está observándolo desde la parte gentil, a unos mil 600 metros de distancia de la primera, y donde vivía gente como Zaqueo, el publicano adinerado de baja estatura.
Mateo y Marcos lo ven saliendo del barrio pobre para ir a la parte rica. Lucas lo ve llegando a la parte rica proveniente del barrio pobre.
Y dos ciegos mendigos, en la frontera, en el límite de sus vidas, no lo ven, ni yendo ni viniendo, sólo oyen de él, porque la gente está hablando de él.
De manera que en pleno tumulto, sin saber por dónde va, cómo va o con quién va, sólo les queda una alternativa: gritar a voz en cuello, porque son ciegos, no mudos.
Y los gritos fueron constantes, aturdidores, destacándose por encima del murmullo general.
Y fue tal la potencia que los transeúntes les pidieron que se calmaran, que no parecían ciegos, sino locos.
Pero lograron su objetivo, hacer que el Señor se detuviera y les dirigiera la palabra.
Ellos no lo vieron, pero escucharon su voz, y le prestaron atención a su pregunta, pues de inmediato contestaron: “Queremos ser sanados de la vista”.
No pidieron dinero para ir donde el médico, tampoco una carta de recomendación para el instituto de ciegos y sordos de Jericó, no, fueron al grano, al punto focal del problema: la ceguera.
Y el milagro no se hizo esperar. ¿Acaso te sientes ciego y mendigo en un punto límite de tu vida?
Deja que el maestro escuche tu voz, pero que sea una voz constante, perseverante, inteligente, a prueba de ruidos y sin distracciones. Que la multitud diga lo que quiera, tú, espera hasta que Él te conteste.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.