(1 Juan 3:16-18; Santiago 2:15-16).
Los antiguos orientales pensaban que los sentimientos humanos se originaban en las vísceras, en las tripas, en las entrañas, es por ello que expresiones tales como odio visceral, amor entrañable, de lo profundo de mi ser, hondo aprecio e intrínseco fervor, se hacen entendibles aunque ya no se tomen literalmente sino en un sentido figurado.
Es igual que cuando nos referimos al corazón, ningún joven enamorado mira a su chica y le dice con voz queda al oído: «mi vida, te amo con todo mi músculo bombeador de sangre».
Eso sonaría anti romántico. Más bien le dice: «te amo con todo mi corazón». Y la señorita suspira sabiendo que su cariño es profundo, no con sangre, venas y arterias.
El apóstol Juan, quien es conocido como el discípulo del amor en la Biblia, fue también muy gráfico al expresar que no debemos amar a los hermanos en la fe de palabra, ni de lengua, sino de más adentro del cuerpo, de corazón, con las entrañas, con las tripas.
Un amor superficial, de labios nada más, es el de aquel que te toma la mano, te la acaricia, luego te abraza, te masajea la espalda, te mira a los ojos y te dice con misticismo:
«¡oh mi amado! ¡Oh mi hermano! ¡Cuánto te amo! Dios ha puesto sobre mí una carga especial por ti y un gran afecto por tu vida.
Te bendigo con la bendición sacerdotal y con todos los favores de los patriarcas para que tu vida reboce con la gloria del Señor».
¡Uaoo! Después de semejantes palabras uno queda flotando en el aire. Lo único lamentable es no haber tenido una grabadora a la mano para guardar ese fraseo. Ni siquiera Neruda se hubiera expresado de manera tan bella.
Y esas palabras no tienen nada de malo, ya quisiéramos escucharlas con frecuencia. El problema está en que no sean refrendadas con hechos y que el que las dijo se escurra entre la gente y se vaya sin importarle si hemos comido o no, o si tenemos algún problema familiar o laboral, o si estamos tristes o enfermos.
De tales cristianos dice el apóstol Juan: ¿cómo podemos decir que mora el amor de Dios en ellos?
Y Santiago en su epístola añade: «Si usted le dice cosas bien espirituales pero no le ayuda a suplir su necesidad material, de qué le servirá».
Sin llegar al extremo de permitir que abusen de nosotros o nos expriman, nuestro deber es amar entrañablemente, con las tripas, con hechos, no de lengua solamente, porque el amor se dice y se demuestra.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.