En la Copa Mundial de Fútbol la única manera de salir ganando es dejando como perdedoras a las 31 selecciones restantes, no hay otra manera. Así funcionan no sólo las competencias deportivas, sino muchas otras actividades de la vida, de manera que si deseas ser el ganador tendrás que pasar por encima de los perdedores. Si quieres saborear las mieles del triunfo, deja que un buen grupo, debajo de ti, saboree las hieles de la derrota.
La Biblia sin embargo nos plantea otra forma de ganar una competencia que resulta bien curiosa, pues la corona no se gana por llegar primero, sino por ayudar a otros a llegar a la meta. Ya lo había dicho en su canción ranchera el cantautor mexicano José Alfredo Jiménez: “también me dijo un arriero, que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”.
Y así sucede en la vida cristiana, el corredor inicia la competencia, que es la vida cristiana, teniendo asegurada la salvación de su alma, puesto que ésta no es algo que se deba ganar en la competencia, sino que es un regalo inmerecido que recibe para que pueda estar en la competencia.
Dicho de otra manera, la competencia no es para que se salve, sino que se salva para que pueda entrar en competencia. A este extraño fenómeno Dios le llama GRACIA.
Y la gracia es un don gratuito e inmerecido que Dios te da para que puedas ser una buena persona, no una recompensa por haber sido una buena persona.
Teniendo claro entonces que ahora estás en la pista avanzando hacia la meta tu objetivo no es llegar primero, sino ayudar a otros corredores para que avancen hacia esa meta, sirviéndoles, apoyándoles, animándoles. Dios, el juez de la prueba, está mirando la manera cómo tratas a los demás participantes, está observando si tu ayuda es amorosa o si persigues objetivos egoístas; y está midiendo la grandeza que vas alcanzando por la pequeñez que te vas dando cada que sirves.
El día y la hora de llegada a la meta sólo la sabe Dios, pero cada día que te da de vida antes de esa meta es para que te ganes una mejor corona que él te está preparando como galardón final.
Qué bueno que esta forma de ganar la aplicáramos a los negocios, a la vida académica, a la vida laboral, familiar, social y amorosa, donde cuando ganamos hacemos ganadores a todos los demás, no hay lugar para los perdedores. Digamos entonces: “Cuando yo gano, todos ganamos”.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.