(Colosenses 4:5-6; 1 Timoteo 3:7; 2 Timoteo 4:5).
Cuando a alguien le dicen que es un desubicado, y casi siempre en tono de reproche, lo que le están diciendo es que es un imprudente que no mide lo que dice o hace ante determinadas personas, en ciertos lugares y bajo precisas circunstancias. No está bien por ejemplo ir a una funeraria con ropa floreada de playa, en sandalias y con una grabadora a todo volumen reproduciendo “Las avispas”, de Juan Luis Guerra.
¿Pero las avispas es una canción con letra cristiana y que llena de gozo? Es verdad, pero no es la más adecuada para ese momento, ante esas personas y en ese lugar. Además la vestimenta seleccionada no fue la más acertada. ¿El imprudente cometió un delito? No, y ningún policía lo va a arrestar, pero seguramente el guarda de seguridad le van a pedir que se retire del lugar.
Cuando en mis conferencias explico acerca de ser sabios en nuestra manera de conducirnos, en todo tiempo y lugar, les cito mi ejemplo, y ofrezco excusas por escribir en primera persona, pero es el caso que mejor puedo manejar. Yo soy un pastor cristiano, pero mi rol de pastor sólo lo ejerzo a nivel eclesiástico. También soy comunicador social, pero ejerzo el rol dentro de los medios de comunicación. También soy profesor de comunicaciones y teología, pero ejerzo esos roles dentro de una universidad o un instituto. Igualmente soy esposo y padre, pero ejerzo mi rol de marido y padre en mi hogar. También soy un ciudadano, pero ejerzo ese rol cuando voy por la calle o estoy cumpliendo con los deberes civiles de mi sociedad. Ahora, no importa si estoy fungiendo como pastor, periodista, profesor, esposo, padre o ciudadano, pues en cualquier situación y momento y ante cualquier persona debo reflejar siempre un mismo carácter: el de Hijo de Dios. ¡Soy un cristiano nacido de nuevo!
En la iglesia por ejemplo, en plena reunión, no le digo a mi esposa: ¡ven mi amor te doy un besito es esa boquita tan linda! Pero en nuestro hogar sí lo hago. En la radio no digo: ¡Aleluya, vamos con las noticias! Pero sí doy noticias, entrevisto, chateo y disfruto de la música. Tampoco me porto como predicador en la casa diciéndole a mi esposa: ¡ahora, ahora mismo, en el nombre de Jesús, dame de comer que me muero de hambre! No, más bien le ayudo a poner la mesa y comemos juntos en familia.
¿Me avergüenzo de mi esposa o hijos por no estar promocionándolos a ellos ante mis alumnos o por la calle? Nunca. ¿Me avergüenzo de Jesucristo, mi Señor y Salvador, por no estarlo promocionando delante de mis alumnos o colegas o conciudadanos? Nunca. No me avergüenzo ni de ser pastor, ni periodista, ni esposo, ni padre, ni profesor, ni ciudadano, pero no por ello ando proclamando mis roles o títulos en todo lugar . Y allí es donde muchos cristianos fracasan por no dar un buen testimonio de Jesús. Primeramente son desubicados al tornarse imprudentes en la oficina, la universidad o el vecindario. Piensan que con sólo decirles hola le están pidiendo que dé un sermón de media hora. Y en segundo lugar, porque creen que la única forma de compartir de Cristo es hablando como locos y lanzando versículos.
Se les olvida que el mejor testimonio es el de una vida transformada por Dios, ese es un grito silencioso que nadie puede dejar de escuchar. Eso es predicar sin hablar, como decía Francisco de Asís.
No seamos desubicados, dejemos que Dios nos ayude a ser prudentes, a vivir con sabiduría en todo lugar, en todo momento, ante toda persona y en función de nuestros diversos roles, pero eso sí, siempre con el carácter de: “Hijos de Dios”.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.