Cuando se hace un contrato de compra de vivienda dentro de un condominio una de las clausulas que va dentro del documento es que el propietario no puede hacerle cambios estructurales al inmueble, puesto que dicha propiedad está bajo un reglamento general para todas las viviendas dentro de esa unidad habitacional.
El dueño recibe su casa con una estructura básica que es inmodificable, aunque de ahí en adelante se le ofrecen diversas opciones para que pueda sobre edificar de acuerdo a sus necesidades, gustos y capacidad económica. Algunos entonces pueden escoger entre baños de lujo o sencillos, cocinas amplias o pequeñas, pisos de madera o baldosas, patios o jardín, etc.
Existe también en la actualidad un edificio en el cual el dueño ha dado plena libertad para que la gente pueda sobre edificar en él siempre y cuando no le haga ningún cambio estructural. El propietario ha dicho enfáticamente que los fundamentos ya han sido establecidos y que nadie puede alterarlos, de ninguna manera.
Ahora, si alguien ha recibido una autorización específica de él para sobre edificar con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno u hojarasca, eso ya es un asunto personal que a su debido tiempo será evaluado y por el cual se le dará o no recompensa a dicho sobre edificador. Ese edificio se llama “Iglesia cristiana” y su dueño es Jesucristo.
Él mismo, siendo su propietario, es el fundamento, y sobre dicho fundamento ha colocado una estructura básica e inalterable que se llama “su Palabra”, la cual es la Biblia.
No importa que pasen los siglos, que cambien las modas y que se viva en diferentes países y culturas, el fundamento, Jesucristo, no cambia, es el mismo ayer, hoy y por los siglos.
Y la estructura básica del edifico, sus columnas, “su Palabra”, también permanece inalterable, pues y el cielo y la tierra pasarán pero esa estructura jamás, por eso es que no se le puede cambiar ni una tilde ni una jota.
A partir de tener estos conceptos bien claros cualquier colaborador de Jesucristo, llamado también obrero cristiano, o ministro de Dios, puede sobre edificar con los materiales que quiera, donde quiera, como quiera, al costo que quiera y con quien quiera.
Sólo que tenga siempre presente que todo lo que haga lo haga autorizado específicamente por Jesucristo y no por voluntad propia, ya que al final será Jesucristo quien juzgue su obra, sin importar lo que piensen o digan los demás.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.