(Mateo 14: 1-13; Juan 11:38-45).
Jesús resucitó a su amigo Lázaro que llevaba cuatro días de muerto, pero a su primo Juan el Bautista ni lo visitó en la cárcel, ni impidió su decapitación, ni fue al sepelio y menos aún procuró resucitarlo.
¿Por qué haría eso con su familiar? ¿Acaso Juan no le fue más útil que el mismo Lázaro? ¿No fue Juan quién le preparó el terreno ministerial y hasta lo bautizó? ¿Por qué Jesús lo trató así?
Estas preguntas no son un test, sino una motivación para no ser lectores de la Biblia sino escudriñadores, pescadores de perlas guiados por el Espíritu Santo.
¡Qué bueno poder usar la mente de Cristo, las neuronas espirituales, para pensar, discernir y juzgar conforme a la ciencia de Dios y no la natural!
Sobre el caso particular de la vida y misión de Juan el Bautista en contraste con la de Lázaro, es clave entender que Juan fue lleno del Espíritu Santo toda su vida, desde el vientre materno hasta el momento de su muerte, la cual fue por decapitación y por orden del rey Herodes.
Juan fue un hombre íntegro, fiel a Dios y fiel a la misión que Dios le trazó, la cumplió al pie de la letra. Su misión consistió en preparar el camino a Jesucristo, a su Señor y Dios, de quien él mismo dijo que no era digno de desatar la correa de sus sandalias.
Y otro punto clave en la historia de Juan el Bautista es el hecho de que de ningún otro ser humano en la Biblia Jesús hizo un comentario tan elogioso como el que formuló de Juan. De él dijo textualmente:
«De nacido de mujer no se ha levantado otro tan grande como Juan el Bautista».
¡Impresionante! ¡Maravilloso qué el mismo Dios diga eso de un ser humano!
Y entonces, ¿por qué no lo resucitó como a Lázaro? La respuesta es cristológica.
Porque la resurrección de Lázaro fue un hecho puntual en el ministerio de Jesús para acreditar su autoridad y para mostrar la gloria de Dios, aunque Lázaro volviera a morir unos años después.
En cambio, con Juan el Bautista, su misión fue cumplida íntegramente y no era necesario alargarle la vida unos años más. Además su premio no era temporal, terrenal, sino celestial, eterno.
Eso es como querer pagarle a la mamá con un billete un espectacular almuerzo que nos ha preparado de cumpleaños.
Juan el Bautista se fue a su casa, al cielo, a recibir su recompensa, de inmediato. El Padre lo recibió diciéndole: ¡buen trabajo, misión cumplida!
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.