Papito Dios, hoy he decidido conversar contigo por escrito, aunque la mayoría de mis oraciones son habladas, pero en esta ocasión quiero conservar esta nota en un lugar privado para cuando necesite recordar lo que en ella te digo. Claro que tú ya sabes lo que te voy a decir, tú sabes todas las cosas antes de que te las digamos, pero eso no es motivo para no orar, pues lo que tú esperas de nosotros es intimidad, es estar en tu presencia, es dejar que nuestro corazón se abra de par en par para que tú puedas limpiarlo.
¿Sabes? La forma en que ese sujeto me trató me dejó bien herido. ¿Qué se ha creído ese prepotente? ¿Acaso piensa que es la gran cosa? Y con qué altanería que habla. Y lo mira a uno como si uno fuera la suciedad de un perro.
De verdad que da ganas de partirle un palo en la cabeza. O de pedirte que mandes fuego del cielo y lo quemes, y que mientras se consume le hables con tu voz bien potente y le digas: “Eso es para que aprendas a no meterte con mis hijos, abusador”.
Pero sí, sí, ya lo sé. Tú no vas a mandar fuego del cielo para consumir a nadie, puesto que yo soy un cristiano lleno de amor, que sabe perdonar y bendecir a los que le hacen mal. Ya sé que no tengo una religión para oprimir y hacer volar en pedacitos a los que no piensan como yo. Que el Espíritu Santo que has puesto en mí no es ni para hacer terrorismo ni proselitismo, sino para amar y servir.
Es por eso Papito Dios que hoy te doy gracias por siete cosas que ese hombre, que me hizo sentir como una cucaracha, forjó en mí.
Primero, que probara lo que le hago sentir a la gente cuando me las doy de importante y pisoteo los sentimientos de los demás. Este golpe me hizo aterrizar y darme cuenta que no soy más que nadie, que no importa mi raza, mi dinero, mi preparación académica, mi presencia física o mi posición social y laboral, soy un ser humano como todos los demás y debo respetar a cada persona.
Segundo, me enseñó que aunque no soy más que nadie debo hacerme respetar y no permitir que se me pisotee, una cosa es ser humilde y otra ser tonto, por eso debí poner en su lugar a este ofensor.
Tercero, aprendí que me has dado dominio propio, por eso no insulté ni di golpes, sólo puse los puntos sobre las íes con toda calma y decencia.
Cuarto, le di un buen testimonio a esta persona, mi ejemplo fue más poderoso que miles de sermones.
Quinto, pude ejercitar el perdón y limpiar mi corazón de toda raíz de amargura.
Sexto, me has hecho valorarme ante los demás, pues aunque no debo ser orgulloso, tampoco debo despreciar los dones y talentos que me has dado, los cuales no son para presumir, sino para servir y para darte la gloria a ti.
Y séptimo, porque sigues perfeccionándome.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.