El ciclo hidrológico es el proceso por el cual el agua del planeta se mantiene constante en cuanto a su cantidad y movimiento. El mismo se inicia cuando el agua de los océanos se vuelve gaseosa por la evaporación, va a la atmósfera y desde allí se precipita sobre la tierra en forma líquida o sólida para pasar por la escorrentía superficial o subterránea.
En la superficial el agua se evapora sin penetrar en el suelo y en la subterránea el agua se filtra en la tierra y a través de los ríos regresa al océano, donde otra vez se evapora.
Al igual que el ciclo del agua, la oración que agrada a Dios también cumple un circuito, el cual comienza cuando en el corazón de Dios Padre surge la iniciativa. Luego, a través del Espíritu Santo, esa plegaria es puesta en la mente y en los labios de un cristiano que se deja dirigir por Dios. Y cuando dicho intercesor se presenta ante Dios Padre, guiado por el Espíritu Santo, Jesucristo, el único mediador entre Dios y los hombres, toma esa oración y la presenta ante Dios Padre.
En resumen, la oración conforme al corazón de Dios es aquella que nace en el Padre y vuelve al Padre después de cumplir un ciclo.
Esta manera de ver la oración por supuesto que echa por tierra la idea popular de que orar es informarle a Dios mis necesidades, como si Él no las conociera, y solicitarle que cuanto antes se digne responder positivamente. Tal perspectiva de la oración presenta a Dios como el camarero de un restaurante que se nos acerca y no dice: “hola, ¿qué desean pedir para hoy?”.
Pero la Biblia en ninguna parte nos alienta a pensar así. Orar no es pasarle un memorial petitorio a Dios. Orar no es solicitarle al Señor que nos despache un pedido a domicilio.
Es por lo mismo que el apóstol Santiago les decía a sus discípulos que ellos pedían y no recibían nada porque lo hacían mal, para satisfacer sus deleites.
El apóstol Judas, por su parte, no el Iscariote, sino el hermano de Jesús, aconsejaba el orar en el Espíritu Santo, es decir, guiado por Él.
Y Pablo le escribía a los romanos diciéndoles que como no sabemos qué pedir, el Espíritu Santo intercede a través de nosotros, guiándonos inclusive a usar lenguaje no verbal, y hasta gemidos indecibles.
¡Debemos orar, ante todo, para que Dios nos informe sus peticiones, no para nosotros informarle las nuestras!
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.