El plan era perfecto. Después de ser derribado y separado de los suyos fue tomado rápidamente y conducido a la oficina del contacto, quien de inmediato y sin que hubiera testigos lo llevó hasta su casa. Allí, en complicidad con su esposa, cuidadosamente lo envolvieron hasta sofocarlo y lo ocultaron en un lugar seco y oscuro, en medio de unos utensilios de cocina.
Debido a su gran tamaño debió ser manipulado con cuidado. Se veía de color verde y estaba rígido, duro. Durante los siguientes días fue inspeccionado para saber cómo estaba, hasta que por fin llegó la hora. Los dos se miraron. Sabían que había que hacerlo, pues no se podía dejar pasar más tiempo o sino el plan fracasaría. Ella tomó el inmenso cuchillo entre sus manos y lo atravesó de lado a lado.
Fue un sólo corte, certero. Lo partió en dos. Él se quedó asombrado y hasta quiso tomarle una foto. Finalmente no tomaron la foto, a pesar de lo bonito que se veía, grande, blando, con un color verde claro. Lo que hicieron fue ponerle sal y comérselo con gran satisfacción. El plan les tomó varios días, pero valió la pena. Así fue como disfrutaron de un alimento que en algunos países le llaman aguacate y en otras partes palta.
¡Ah, la pareja mencionada somos mi esposa y yo! Y todo comenzó una noche al salir de la cabina de radio de la empresa donde laboraba, después de uno de mis programas. A esa hora la oficina había quedado sola. Así que el señor encargado del aseo, y con quien he hecho una buena amistad, se me acercó y me dijo que me estaba esperando para regalarme tres de esos frutos que se daban en el patio de su casa. Dos estaban listos para hacer guacamole y en eso se convirtieron. Pero el tercero, que era inmenso, estaba duro como una piedra.
No obstante se veía como un excelente prospecto, así que con mi esposa lo envolvimos en papel periódico y lo metimos debajo del lavaplatos. Cada día tocábamos la fruta para ver si ya había madurado, pero nada, seguía dura como roca.
Llegué a pensar incluso que algo estaba mal, pero no, todo andaba bien, la maduración se estaba dando poco a poco, en la soledad, sequedad y oscuridad. Finalmente, cuando el aguacate (palta) estaba blando, mi esposa sacó el más grande de los cuchillos y lo partió en dos. Se veía perfecto, hermoso, como para una foto. Y su sabor fue exquisito. Y a raíz de esa experiencia me quede pensando en que muchas veces así es como Dios tiene que madurarnos a nosotros.
En lugar de desecharnos y tirarnos a la basura, se da a la tarea de madurarnos, de llevarnos por un proceso de transformación del carácter. Y lo hace con amor y paciencia. Por ello es que el Señor nos deja pasar por momentos difíciles en la vida, pues en la soledad, en medio de la bruma de las aflicciones y con el horizonte oscuro, el Espíritu Santo va forjando en nosotros el carácter de Cristo, nos va dando temple.
Y esa dureza, esa falta de sabor y esa ausencia de nutrientes, propias del fruto verde, van dan paso a un fruto maduro, hermoso y provechoso. ¡No desesperes, Dios aún no ha terminado contigo!
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.