Cuando se inicia un nuevo año una de las palabras que más se escucha es: deseo. Sí, en las canciones, en la calle, en la oficina, en el hogar, en el colegio y universidad, por toda parte, la gente se está deseando buenas cosas.
¿Y es eso malo? No, al contrario, es muy bueno. Que nos deseen un grato porvenir y el desear nosotros mismos un mejor futuro, es un gran inicio, pero sólo eso, inicio. Lo malo es que las cosas se nos queden sólo en deseos, en el inicio.
Un amigo empresario dice que hay muchas personas con iniciativa, pero les falta “acabativa”, es decir, terminar lo que empiezan. Y es una lástima que ideas excelentes sean abandonadas en pleno estreno y que maravillosos proyectos se queden huérfanos porque sus progenitores no tuvieron constancia en su desarrollo.
Si de veras quieres ver cumplido tu deseo deja entonces el mariposeo. Mariposear es picar aquí y allá, es antojarse de esto y aquello, es tener caprichos pasajeros, pero nunca deseos firmes. Las personas que sólo dicen que en el nuevo año quisieran que les fuera bien, que Dios les bendijera y que las cosas mejoraran, difícilmente irán a alguna parte.
Esas son almas tibias, inconstantes, a las que todo se les va en sueños y deseos. Les acontece lo mismo que al del perezoso del libro de Proverbios, que desea y nada alcanza. Para lograr metas hay que tener deseos quemantes, firmes, constantes. Mejor dicho, no es tener un deseo, es que el deseo lo tenga a uno.
Y cuando ese deseo está al rojo vivo, lo podemos tocar, oler, dibujar, caminar y dormir con él, entonces sí podemos pasar a la acción, al trabajo planificado, ordenado y constante.
No debe confundirse esta idea con el concepto del poder del pensamiento tenaz, o con el poder mental, pues mientras Dios y su voluntad no estén en todo este proceso, de nada sirve tanto esfuerzo, ya que la mente humana es muy limitada y jamás podrá avanzar en contra de los designios de Dios.
Se trata de ir hacia una meta que Dios ha aprobado para nuestras vidas y que nosotros, con fe en él, vamos a tomar.
La historia del profeta Eliseo es muy ilustrativa, pues él deseaba recibir una doble porción del espíritu de su amo Elías. Y aunque Elías intentó separarse de él en varias ocasiones, Eliseo no se le despegó ni un minuto, no lo dejaba ni a sol ni a sombra, se le volvió una estampilla, y fue así que Dios, a través de Elías, le concedió su anhelo.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.