(Mateo 26:23).
Oramos a Dios para que nos proteja de nuestros enemigos y tomamos las precauciones para tal fin, por lo cual confiamos en que el Señor nos librará de espíritus malignos y de personas malas, como lo dice el Salmo 91. Pero, ¿quién nos preservará de los amigos?
La pregunta suena indignante por partida doble, primeramente porque se supone que los amigos no van a atentar contra nosotros. Y en segundo lugar porque si alguno se atreviera a dañarnos cómo Dios no nos va a cuidar.
Desprovistos de cualquier paranoia revisemos la cuestión en detalle. Dios y sus ángeles han puesto un cerco de protección alrededor nuestro y nos preservan las 24 horas del día. Sin embargo, hay algunos que están dentro del cerco de protección, no afuera, sino dentro, y son aquellos a los que les hemos dado acceso total a nuestra vida, a nuestra intimidad y a nuestro corazón. Esos son los mejores amigos, los que llevamos ligados a nuestras vidas y a quienes amamos.
¿Y por qué cuidarnos de los amigos? Porque lo que ellos consideran “bueno” tal vez no concuerde con lo que Dios considera “bueno” para nosotros.
Ningún amigo borracho conduce a alta velocidad pensando en matar a sus amigos, no, él quiere es divertirlos, aunque finalmente los mate a todos.
Ningún amigo le ofrece drogas a su compañero pensando en desgraciarlo, sino en darle un momento de éxtasis, aunque al final lo lleve a la desgracia.
¿Y si lo que un amigo desea para ti es algo “bueno” por qué tiene éxito en destruirte? Porque trabaja desde dentro, haciendo parte de tu círculo íntimo, donde no hay barreras de seguridad. Y por cuanto le amas y le haces caso es que tiene gran poder sobre ti y ejerce una influencia mayor que la de tus padres y líderes. Y he allí un gran problema. Se necesita que tengas un carácter muy definido como para mirarlo fijo a los ojos y decirle sin titubeos: “Por muy amigo que seas y por mucho que te quiera, no me convencerás de hacer aquello que va en contra de mis principios. Y estoy dispuesto a irme a casa y perder tu amistad, por mucho que me duela, si insistes en tus estupideces. Te acompañaré hasta el cementerio, pero no me enterraré contigo”.
A veces, cuando mi hija Laurita salía con sus amigos yo le enviaba el siguiente mensaje de texto a su celular: “Hija, estoy orando por ti y sé que Dios te está cuidando de tus enemigos, pero de tus amigos, cuídate tú. Te amo. Tu papi.”
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.