Con su buen sentido del humor Luciano Rodríguez, un apreciado amigo y abuelo de origen cubano y residente en Miami, dice cuando debe referirse a algún mal físico que le ha sobrevenido que eso es un problema del alma. “¿Del alma?”, le pregunta uno incautamente, y él, con una amplia sonrisa, contesta: “sí, del almanaque”, y luego vienen las risas estentóreas.
Es inevitable que el almanaque nos indique que cada vez nos vamos aproximando hacia la vejez, no importa que se tengan 20 ó 40 años, de todos modos el deterioro físico y mental es inevitable. Pero a nivel espiritual, en el cristiano, se da otro fenómeno curioso, el cual es llamado: “la renovación”.
Esa renovación es algo así como un remozarse, un rejuvenecerse. Y aunque la palabra no es castiza usaré la licencia del poeta para incluir una que describe lo que pasa a nivel espiritual: “enniñecer”, irse volviendo niño. En tanto que el cuerpo y el alma envejecen, el espíritu… “enniñece”.
El apóstol Pablo, escribiéndole en la Biblia a su discípulo Tito le dice que Dios nos salvó por su misericordia, no por merecimiento nuestro, y que dicha salvación se ha producido por dos actos diferentes del Espíritu Santo en la vida de un discípulo: la “Regeneración” y la “Renovación”.
La “Regeneración”, traducción de la palabra griega “Palingenesia”, es el nuevo nacimiento, un proceso que se da una sola vez al inicio de la vida cristiana y por el cual morimos a nuestra antigua vida de pecado, por la fe, y nacemos engendrados, espiritualmente, por el Espíritu Santo para una vida nueva. Esta regeneración es la misma de la cual Jesús le hablaba al famoso teólogo Nicodemo cuando le refería que nadie puede entrar al cielo a no ser que nazca de nuevo.
La “Renovación”, traducción de la palabra griega “Anakainosis”, significa hacerse nuevo otra vez. Mientras que la “Regeneración” ocurre una sola vez, la “Renovación” se puede dar a diario. Es por ello que el apóstol escribiéndole a los Corintios les dice que aunque el hombre exterior se va desgastando, el interior se renueva de día en día.
Eso es como decir que aunque por fuera estamos envejeciendo, por dentro estamos “enniñeciendo”. Pero ello no significa volverse terco o inmaduro, sino por el contrario, maduro, es perfeccionarse.
La renovación espiritual es un recurso que Dios le da a cada hijo suyo para que esté confesando sus imperfecciones y recibiendo perdón. También para ventilar sus tentaciones, descargar sus frustraciones y exhalar el cansancio. Es así como el Espíritu Santo le pueda purificar, confortar, insuflar nuevas fuerzas y llenarle.
Al igual que el sediento acude cada día a una fuente para calmar su sed física, el cristiano puede postrarse confiadamente delante de Papito Dios para que Él apague su sed y le fortalezca nuevamente. Pero esta tarea no se debe dejar para cada fin de semana o mes, sino para cada día. Si queremos disfrutar de una vida cristiana saludable recordemos que no es suficiente con nacer de nuevo, no, hay también que renovarse, y día tras día.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.