(3 Juan 1:2).
El apóstol Juan le escribió una carta a su amigo y hermano en la fe Gayo en la cual le saluda diciéndole que le ama y que desea que sea prosperado en todas las cosas, y que tenga salud, así como prospera su alma. Saludo que aunque era un formalismo de la época también expresa el verdadero deseo de un Dios de amor hacia su hijo amado.
Por ello en nuestra mente debe cambiarse el concepto de que el amor de Dios por mí es tan grande que su anhelo es que viva en la miseria, padeciendo necesidades, durmiendo en una porqueriza, vistiendo harapos, comiendo suciedades y oliendo a jaula de mono. ¿Y por qué alguien pensaría así? Por la herencia religiosa que nos legó la colonia española que durante 400 años nos hizo creer algo que todavía permanece en el inconsciente colectivo de millones de latinoamericanos, y es pensar que entre más suframos en este mundo más merecedores seremos del cielo.
Teología que es absurda y contraria a la voluntad de Dios, pues el cielo no se gana con sufrimientos; es más, ni siquiera se gana, sino que se recibe de gracia y por la fe. Los sufrimientos que un cristiano puede llegar a padecer se deben o a sus malas decisiones, o a persecuciones por motivos de su fe, o a terapias que Dios le da en momentos específicos de su vida para templar su carácter. Pero el vivir con el complejo de mártir no refleja para nada el verdadero deseo de nuestro amoroso Padre celestial, sino que por el contrario, lo acusa de sadismo.
Jesucristo nos enseñó que por muy malo que sea un hombre jamás le dará una piedra a un hijo que le pida un pan, o una serpiente cuando le haya solicitado un pescado. Y si la gente mala da cosas buenas a sus hijos, cuanto más Dios que es tan bueno no les dará lo mejor a sus hijos. El apóstol Pablo dice que si Dios fue capaz de entregar a su propio hijo Jesucristo por nosotros, cómo no nos dará junto con Él todas las cosas.
En el original griego de 3 Juan 1:2 lo que el autor expresa es que ora con el deseo vehemente de que su amigo sea próspero. Y para prosperidad usa el vocablo EUODO que viene de las raíces EU, bien, y HODOS, camino, lo cual nos habla de un camino de bienestar, de un proceso en el que se dan sucesivas mejorías en las cosas materiales.
Y lo anterior viene como fruto del trabajo, de las buenas decisiones, del ahorro y de la fidelidad a Dios. No como el resultado intempestivo de un acto codicioso en el que le doy 100 dólares a Dios para que Él me devuelva 1000, como parecen sugerir algunos oradores. Es erróneo pensar que toda carencia material se deba a una maldición, o a un ataque diabólico, o a una pobre vida espiritual. Y también lo es el creer que para ser más santo hay que ser un miserable. Hay casos de personas de escasos recursos materiales pero muy ricas en fe. Y hay casos de personas de abundantes recursos materiales, pero muy pobres en fe.
De todas maneras el principio general es este: «Dios desea prosperarte materialmente». No dice la Biblia que Dios hará multimillonarios a todos sus hijos, pero sí que los desea prósperos materialmente. ¿Y qué de la salud y la riqueza espiritual? Esos serán temas para los siguientes devocionales.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.