(Salmos 150).
Si eres de los que piensa que para adorar a Dios hay que leerse dos tomos de teología sistemática, o devorarse un diccionario de la lengua, o componer poemas como Rubén Darío o tocar el piano como Richard Clayderman o cantar como Steve Green, estás muy equivocado.
Porque no es ni la forma, ni el estilo, ni la instrumentación de la adoración, lo que enternece el corazón de Papito Dios, sino la actitud del adorador, pues una buena actitud trae como consecuencia una buena acción.
Si lo que deseas es adorar a Dios con todo tu ser sólo necesitas recordar algo sencillo: “la adoración no se hace, se AASE”.
La primera “A” nos habla de agradecimiento.
Una persona con la actitud de querer dar gracias al Señor por todo lo que le ha dado y por todo lo que no le ha dado, es decir, de lo que le ha librado, es una persona que ya está enchufada con el corazón de Dios.
La gratitud nos permite ver la bondad de Dios hasta en la respiración y en lo que comemos.
La segunda “A” nos habla de alabar, de elogiar, de reconocer los méritos o hazañas de alguien.
Cuando queramos adorar a Dios pensemos en dos cosas: primeramente, en lo que Él es. Y en segundo lugar, en lo que Él ha hecho, hace y hará.
Lo que Dios es se refiere a los atributos morales de Dios, tales como ser omnipotente, omnisciente, omnipresente, amoroso, justo, santo, bueno, misericordioso, perdonador y muchos más.
Lo que Dios ha hecho, hace y hará, hace referencia a sus grandes obras o hazañas, tales como crear el universo, dar origen a la vida humana, ejecutar la obra redentora en Cristo, estar cuidándonos, protegernos, volver a la tierra en un futuro para llevarse a su iglesia, etc.
La “S” nos habla de sometimiento, de obediencia.
Para Dios es mucho más importante la obediencia que los sacrificios. Es mejor la obediencia que la excelencia de la música y la oración para Él.
Pero debemos cumplir sus mandamientos no por miedo al castigo, sino por amor a Él.
La obediencia debe ser un acto de adoración. Amarlo es obedecerlo, es renunciar a la rebeldía.
La “E” nos habla de enamoramiento.
Un corazón enamorado es un corazón enternecido que en ocasiones ni siquiera necesita de palabras bonitas o formas rebuscadas.
Quien se postra ante el Señor lleno de amor puede aún estar en silencio, derramando todo su ser, doblegando su ego, humillándose a sus pies.
Si de veras quieres adorar a Dios en espíritu y en verdad, recuerda cómo se “AASE”
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.