¡Hay que ver como son de astutos los niños!… ¡Y desobedientes! Si tú le dices a uno de tus niños que vaya y limpie su cuarto, que recoja todos los juguetes que están regados por el piso, que levante la ropa que tiró, que tienda la cama y que acomode los libros, él, en su instinto rebelde, en su naturaleza obstinada, y en su astucia muy humana, preferirá venir a tu lado y darte besos, abrazarte, ponerte conversación muy amena y hacerse el simpático; para no cumplir tu orden.
Claro que sí le dices que vaya al refrigerador y saque un helado de chocolate y se lo coma, ya no habrá que insistirle, su obediencia será instantánea, pues ellos sólo quieren obedecer lo que les gusta o les conviene.
Y es así como pretendemos todas las personas burlarnos de Dios, todos, sin excepción, ya que la obediencia es una lucha que libramos en nuestro interior todos los hijos de Adán y Eva. Algunos arguyen que en ciertas etapas de su vida desobedecieron al Señor por ignorancia, porque no conocían su voluntad.
Pero también es verdad que cuando ya conocemos su voluntad la batalla se hace más cruenta, pues la nueva naturaleza espiritual que recibimos como cristianos nos señala lo que debemos hacer y lo que no debemos hacer, pero la vieja naturaleza pecaminosa, que ha sido destronada pero no destruida, nos dice que hagamos todo lo contrario, que nos portemos mal.
Y es entonces cuando actuamos como los niñitos astutos, marrulleros y desobedientes. En lugar de obedecer a Dios y hacer lo que nos ha pedido que hagamos y dejar de hacer lo que nos ha pedido que no hagamos, queremos engañarle con besitos, abrazos y sonrisitas.
Preferimos escribirle una canción antes que pagar una deuda. Preferimos llenar un estadio y predicar y hacer milagros, antes que llamar a una persona y pedirle perdón. Preferimos orar Salmos con la dulzura de un poeta, antes que visitar a nuestros padres y preguntarles si algo les hace falta.
Preferimos liberar a un endemoniado antes que pagarle al gobierno nuestros impuestos. Preferimos hacer un estudio bíblico antes que cumplir con lo que el jefe nos ha pedido. Preferimos organizar un coro antes que dejar los amoríos con una persona no recomendable.
Y así pretendemos engañar a Dios tal y como lo hiciera el Rey Saúl, a quien Dios le dijo que destruyera todo lo que era del pueblo enemigo de Amalec, pero este terco, queriéndoselas dar de vivo, conservó los mejores animales, dizque para ofrecérselos a Dios. Y ese acto de desobediencia le costó el trono, pues Dios lo desechó. ¡El mejor regalo para Dios es la obediencia! ¡Eso es todo!
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.