(Hechos 2:22).
El Dios de la Biblia es un ser de hechos sobrenaturales, asombrosos o milagrosos. Es por ese motivo que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento hay decenas de relatos en los que las leyes naturales del mundo son desafiadas por las leyes sobrenaturales. O dicho de otra manera: las leyes físicas son superadas por las leyes espirituales de Dios.
A algunas personas les causa curiosidad saber cómo un avión que pesa 350 toneladas puede sostenerse en el aire y no caerse. La explicación es que aparte de la ley de la gravedad, que lo tira hacia abajo, hay otra ley que se llama de sustentación, que lo lanza hacia arriba. Y estas leyes siempre existieron, sólo que no fue sino hasta el siglo 18 que Newton descubrió la ley de la gravedad y Bernoulli enunció el famoso teorema que lleva su nombre. Sin embargo, una cosa es saber una ley y otra muy diferente aplicar esa ley. Una cosas es conocer una verdad y otra diferente es hacer uso eficiente de esa verdad.
Los hallazgos de Newton y Bernoulli debieron esperar hasta 1903, cuando los hermanos Wright lograron volar un primitivo avión. Y lo hicieron a pesar de las voces incrédulas de quienes decían que esa idea no era de Dios, pues si el Todopoderoso quisiera que el hombre volara, le hubiera dado alas.
Y tal como ha pasado con la aviación, existen leyes o principios espirituales que son los que posibilitan que la mano de Dios se mueva milagrosamente alterando las leyes naturales que Él mismo estableció. Pero conocer algunos de esos principios tampoco es suficiente para provocar los milagros divinos. Se requiere igualmente la aplicación de dichos conocimientos.
Tres de esos principios espirituales para los milagros los vemos en Jesucristo, quien nunca los usó para auto promocionarse, pues jamás confundió milagro con mi logro. Jesús siempre tuvo la fineza de aclarar que Él no hacía los milagros que la gente veía, sino que los hacía el Padre a través de Él, y en el poder de la persona del Espíritu Santo.
El apóstol Pedro en Hechos 2:22 en la Biblia lo confirma diciendo que Jesús fue un varón aprobado por Dios Padre y que por ello el Señor lo usó con maravillas, prodigios y señales, tres vocablos claves para definir la palabra milagro. Las maravillas, del griego “Dunamis”, hacen referencia al poder, a la energía que da el Padre para la ejecución del milagro. Los prodigios, del griego “Teras”, hacen referencia al efecto de crear una reacción en la gente por el milagro. Y señales, del griego “Semeion”, hacen referencia al propósito de asegurar algo, de confirmar algo con el milagro.
El resumen de estos tres vocablos, que son también tres principios, es el siguiente: «Dios obra milagros cuando quiere mostrar su poder, para causar asombro en la gente y así confirmar lo que Él ha dicho en su Palabra».
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.