Algunos han abrazado la profesión de maestro porque de eso viven, no porque sea una vocación que les hace brotar espontáneamente el deseo de compartir el conocimiento con otras personas. Sencillamente cumplen el ritual de recitar la cátedra tal y como la recibieron y no les preocupa si alguien aprendió o no, puesto que se han enfocado en la enseñanza y no en el aprendizaje.
Ellos son empleados que certifican que tienen un conocimiento y venden su tiempo a una institución educativa. Además consideran que ya bastante tienen con la falta de predisposición de los alumnos como para complicarse la vida tratando de ser formadores de seres humanos. Ellos son pragmáticos, entran al aula, le dan “play” a sus lenguas y luego se van. Si se aprendió o no, no es su problema.
Pero no todos los maestros son así, gracias a Dios que no, porque los hay por montones que han dedicado toda su vida a formar de la mejor manera otros seres humanos. Y la verdad sea dicha, siguen haciendo una labor tan ejemplar que sus exiguos salarios no compensan el tamaño de la tarea.
Esos maestros comprometidos con el aprendizaje y no con la enseñanza no se limitan a recitar información dentro del salón, sino a cultivar seres humanos de bien. Les importa el alumno no como el objeto sobre el cual vacían una información, sino como la persona en proceso de construcción.
¡Gracias maestros! ¿Y saben algo? En la misma Biblia encontramos varios textos (1 Corintios 12:10; 12:28; Romanos 12:6; Efesios 4:11) que dicen que Dios les ha concedido a algunos hijos suyos el don de ser maestros.
La palabra don viene del griego “Charisma”, que es una habilidad sobrenatural dada por Dios para ejercer un servicio en favor de otros.
Los dones no son premios, sino herramientas que se dan gratis e inmerecidamente, aunque no a todos se les dan los mismos dones.
En Efesios 4:11, hablando sobre el tema de la unidad espiritual de los cristianos, se declara que el ser maestro, del griego “Didaskalos”, es uno de los dones dados por Dios para poder cumplir con un único ministerio: “edificar el cuerpo de Cristo”, que es la iglesia. Es decir, ayudar a perfeccionar la vida de los hermanos.
Quien tiene el don de maestro se distingue básicamente por cuatro cosas: entiende muy bien algunos temas de la Biblia, los explica muy bien, disfruta lo que hace y todos aprenden con él.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.