(Juan 7:2-5; Gálatas 1:18-19; 2:9).
Si en tu familia nunca tuviste una pelea con un hermano tal vez se debió a tres factores, o eres hijo único, o no se criaron juntos o eres anormal, pues lo normal es que todo padre de familia haya tenido que hacer las veces de árbitro de pelea por lo menos una vez.
Y las peleas entre hermanos son típicas, hasta allí no hay de qué preocuparse. El que el uno se ponga la ropa del otro, el que uno quiera acaparar el vídeo juego que es para todos, o el que el uno quiera apropiarse del único control remoto de la televisión, o viajar al lado de la ventana del auto, todo eso es pasable.
Inclusive, el que siendo adultos el uno critique al otro, o hasta se muestre ausente en la época de los problemas también es pasable, pues bien dice la Biblia que en tiempos difíciles es mejor amigo cercano que hermano distante; y que en ocasiones se portan mejor los amigos que los mismos hermanos.
Pero donde las cosas sí se ponen feas e intolerables, es cuando una disputa entre hermanos se prolonga durante años, envenena a las familias, gesta riñas entre esposas y sobrinos de ambos lados y deja en medio, dolidos, a sus propios padres.
En la Biblia se menciona por ejemplo el caso de los hermanos de José, el hijo de Jacob, quienes llegaron a odiarlo tanto que hasta quisieron matarlo, pero finalmente lo vendieron como esclavo a Egipto.
Por supuesto que nunca les pasó por la cabeza que ese muchachito, al que calificaban de mimado y engreído, se llegara a convertir en el primer ministro de ese imperio.
Pero así fue, y lo mejor de todo fue la venganza que José les cobró a esos odiosos: los perdonó y los hizo partícipes de su prosperidad. Sí, su papá, sus hermanos, cuñadas y sobrinos, se fueron a Egipto a darse la gran vida.
Otra venganza espectacular fue la de Jesús, pues cuando inició su vida pública sus hermanos no creían en él, cosa que le debió doler.
Pero cuando resucitó y todos en casa supieron que realmente habían convivido con el mismísimo Dios, entonces los perdonó y los hizo parte de su iglesia.
Judas, por ejemplo, no el Iscariote sino el hermano del Señor, llegó a escribir su propia epístola en la Biblia, la epístola de Judas.
Lo mismo hizo su hermano Jacobo, otro Jacobo diferente al hermano de Juan, quien escribió su propia epístola. Además llegó a ser uno de los tres líderes de la iglesia cristiana en Jerusalén junto con Pedro y Juan, sin necesidad de haber sido uno de sus apóstoles.
Eso sí es vengarse: perdonar y hacer partícipes a nuestros hermanos de nuestra prosperidad.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.