Raúl se acercó al conferencista para plantearle con la mayor sinceridad cuán fuertes eran sus luchas para poder vencer las tentaciones que le asediaban como joven. Pero éste le sorprendió con una sinceridad aún mayor, pues le habló con su corazón abierto, con la autoridad de un padre, con la comprensión de un amigo, sin santurronería y con fervor:
“Te agradezco que me cuentes cosas tan personales Raúl y confío en que Dios me use para ayudarte de manera práctica. Mira, cuando dices que te parezco una persona muy santa, muy sabia y que no tengo tentaciones como los demás seres humanos, es porque esa es la imagen idealizada que te has hecho de mí a partir de mis escritos y charlas que te parecen muy divertidas y espirituales, pero no porque me conozcas internamente.
Si vieras dentro mí sabrías que soy exactamente igual a ti y a todos los demás. No existen cristianos que no tengan tentaciones, todos las tenemos, hasta Jesucristo las enfrentó. Y tendremos ese problema hasta que nos muramos. ¿Cómo crees que me siento cuando se me acercan esas mujeres despampanantes que huelen espectacular y me abrazan y me dicen que me admiran y que nadie habla tan lindo como yo? Primeramente tengo que concentrarme en mirarlas a los ojos y no hacia otras partes de su cuerpo. Porque ni soy ciego, ni soy de piedra, ni soy homosexual ni tengo problemas hormonales. Soy tan hombre como el resto de los mortales.
Pero cuando llego al hotel termino de rodillas al lado de mi cama reconociendo mi debilidad y pidiéndole al Señor que su Espíritu Santo que mora en mí, me fortalezca en mi ser interior y me llene de su presencia. Después llamo a mi esposa y fortalezco mi amor y comunión con ella para que mis ojos sean sólo para ella y no para otra persona.
Yo no quiero jugar al fuerte. Yo reconozco mi debilidad y clamo «Al Fuerte» de los fuertes para que me socorra. No quiero oír la voz de la fama que me dice que me baje de la cruz, donde estoy crucificado con Cristo y viva la vida loca. No, yo sí quiero seguir muerto con Cristo, porque es la única manera de vencer con Cristo, además, porque Dios no puede confiar en vivos.
Yo jamás enfrento la tentación, yo no la resisto, yo huyo de ella, la evito a más no poder. Lo mejor no es decir que aguantaste valientemente una tentación, sino que la evitaste, que nunca le diste la ocasión para que te destrozara la vida”. Después de escuchar atentamente los consejos del orador Raúl sintió que un inmenso peso le fue quitado de encima, por lo cual respiró aliviado y se fue contento.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.