Una excelente oportunidad para honrar a nuestros padres y abuelos y demostrarles cuánto les amamos, cuán importantes son para nuestras vidas y cuán agradecidos estamos con ellos, es justamente cuando llegan a la vejez. Y ocuparnos de ellos no sólo es una manera de cumplir con el mandato de Dios de honrarlos y por ello ser premiados en nuestra vida personal por el Señor Jesucristo, sino que es también una forma de dar ejemplo a nuestros hijos y nietos acerca de cómo debemos ser tratados cuando también lleguemos a viejos.
Que nos ofrezcan comida cuando tenemos el estomago a reventar no es nada halagüeño, pero que nos ofrezcan un delicioso plato cuando estamos hambrientos y no tenemos nada a la mano, eso sí que vale la pena. Igual pasa con nuestros padres y abuelos, cuando más necesitan de nosotros es cuando ya están ancianos, cuando no les dan trabajo, cuando nadie se sienta a hablar con ellos, cuando nadie les tiene paciencia, cuando se vuelven necios y cuando necesitan cuidados especiales con el aseo, la ropa, la comida y sus medicamentos. Es en esos años cuando realmente necesitan que les demos todo el amor del mundo y les dediquemos tiempo.
¿Se merecen todos los ancianos el mejor de los tratos? Por ninguna parte de la Biblia dice que el honrarlos sea un premio por sus buenas acciones, sino un deber de nuestra parte y por el cual Dios nos bendecirá. No somos jueces de nuestros padres y abuelos. Y es probable que algunos se hayan empeñado en hacerte la vida imposible, pero existen el perdón y la misericordia. Y si les das ese testimonio será más fácil que ellos acepten el perdón y la misericordia de Dios y se preparen para el encuentro espiritual con el Creador.
El apóstol Pablo le encareció al joven pastor Timoteo que en su iglesia le enseñara a los creyentes a honrar a sus padres y abuelos, a suplirles en sus necesidades, a cuidarlos y respetarlos. Que de ninguna manera la tesorería de la iglesia asumiera una obligación que le competía a los hijos y nietos. Y llegó incluso a declarar que si un cristiano no proveía para las necesidades de su familia y sus parientes, había negado la fe y era peor que un incrédulo.
Que Dios nos ayude a honrar a nuestros padres y abuelos como a príncipes en lugar de tenerlos como a mendigos, recibiendo malos tratos, comiendo mal, oliendo mal y vistiendo mal. Llenémoslos de amor y saquémoslos del encierro, que se integren a la familia, que paseen, que no sólo pongan una cana al aire, sino toda la cabellera, pues el aire puro del campo les viene bien para la salud física y mental.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.