(Mateo 28: 18-19; Hechos 4:33)
Nunca se ha visto que a una ex reina de belleza que acaba de dar a luz a su primer bebé, la saquen por la prensa o por los noticieros de televisión con las imágenes más feas del parto, como cuando está pujando y tiene el rostro enrojecido y con las venas brotadas, o cuando ha eliminado algunas heces por la fuerza del pujo, o cuando está toda ensangrentada y con sus partes íntimas expuestas.
No, siempre sacan las imágenes de una mujer angelical con el rostro bien maquillado, sonriente, con un bebé entre sus brazos bien bañadito y perfumado, acostada sobre una hermosa cama con sábanas que no tienen ni una gota de sangre, dentro de una habitación colmada de flores, globos, muñecos de peluche y tarjetas, y alrededor de ella con sus caras relucientes de felicidad el papá y los abuelos posando para los fotógrafos y camarógrafos que están cubriendo la información. Esas bellas imágenes publicadas son las que quedan para la posteridad.
Y si eso sucede con una ex reina de belleza, cómo es posible que a un rey, soberano del universo, la religión popular lo haya eternizado con las peores imágenes de un evento trágico y pasajero de su vida. Sí, de Jesucristo se comercializan a más no poder instantes de su lamentable muerte. El “Ecce Homo” por ejemplo lo muestra con la cara sufriente, sus brazos y piernas sangrando profusamente, el cuerpo lleno de llagas y una corona de espinas sobre su cabeza. Tal imagen de Jesucristo en lugar de despertar admiración y respeto lo que suscita es lástima, pesar. ¿Le gusta a Dios que se transmita esa imagen de Él?
De ninguna manera, y no porque ello no haya sido verdad. La cruel muerte de Jesucristo sí debe ser recordada, pero tal y como Él lo ha pedido, en la Santa Cena y con los símbolos del pan y el vino. Eso es todo.
Porque al fin y al cabo ese trágico momento de sufrimiento y muerte fue sólo eso, un momento, un instante en la historia. En cambio su resurrección, su victoria, su majestad y señorío son eternos, no un instante, sino por los siglos de los siglos.
Y eso explica el porqué los apóstoles nunca predicaron a un Jesús pobrecito, miserable, sino a uno resucitado y Señor, dueño del universo. ¡Vale la pena que los asesores de imagen y los de la oficina de prensa de Jesús hagamos el justo reclamo!
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.