(Deuteronomio 4:9; 6:21-22; 2 Timoteo 1:5).
Hay cantidades de cosas en la vida que uno hace sin tener la más leve idea de por qué las hace, sencillamente porque es costumbre o tradición. Por ejemplo, ¿por qué comer lo que comemos? Porque eso nos dieron a comer desde niños y acostumbramos nuestro paladar a esos sabores. Y claro, lo seguiremos comiendo hasta que algún día el dietista nos diga qué es lo que debemos ingerir para seguir vivos.
Igual acontece al escoger al equipo deportivo de nuestros afectos, sencillamente lo adoptamos sin revisar su curva de rendimiento en los últimos 20 años. Y hay cientos de actividades en las que nos envolvemos sin saber por qué. Bien dice el refrán: “¿Para dónde va Vicente? Para donde va la gente”.
Pero, en materia espiritual, sí que es importante saber en qué creemos y por qué lo creemos. Si no nos hacemos las preguntas adecuadas y obtenemos las respuestas adecuadas, no estaremos fomentando la convicción, sino la superstición. La convicción es el fruto de la reflexión en lo que creemos, mientras que la superstición es ignorancia. El cristiano está llamado a pensar en lo que cree, no a creer en lo que piensa.
Cuando creemos en Cristo y nacemos de nuevo, hacemos todo por la fe, pero luego el Espíritu Santo nos guía a toda verdad y nos enseña acerca de esa fe que poseemos.
El cristiano no está llamado a vivir en la oscuridad, sino en la luz, y por ello se le da la mente de Cristo y se le alumbra el entendimiento, para que discierna los misterios de Dios.
Pregúntele a cualquier desprevenido qué se celebra en la semana santa, y tal vez escuche respuestas como: “Creo que es la época del conejo de pascua y de buscar huevitos con chocolates”. “Me parece que es la época en que matan a Dios, pero luego resucita, algo así”.
Mas la verdad, la que debemos explicar a nuestros hijos y nietos, es que la semana santa no es una celebración bíblica. El conejo de pascua, los huevitos y las procesiones, no son más que la adopción de fiestas paganas. Por ejemplo, “Easter” (pascua, que en Inglaterra se pronuncia Istar) era en verdad el nombre de la diosa babilonia Istar. Y los huevos y el conejo hacían parte de milenarios cultos a esta diosa de la fertilidad.
¿Y qué pide Cristo que celebremos? Sólo dos cosas: la cena dominical, para recordar su muerte, y el bautismo en agua. Y hay que explicar bíblicamente el por qué y el cuándo de cada celebración.
La tradición y la religión popular pueden celebrar lo que deseen, pero si alguien quiere hacer la voluntad de Dios debe ceñirse a lo que dice la Biblia, aunque no sea fácil, pues aún el mismo Jesús enfrentó muchos problemas por descalificar algunas tradiciones religiosas de su época.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.