El jefe de la mafia decidió contratar a un sordo mudo como su contador, sabía bien que él no escucharía nada que los pudiera delatar y que si alguna vez la policía lo quisiera interrogar él no podría hablar.
Pero el sordo mudo se las quiso dar de listo y arregló los libros de cuentas para sustraerse una gruesa suma de dinero, la cual escondió en algún lugar.
Percatado del robo del contador, el mafioso contrató a una chica conocedora del lenguaje de señas para que le sirviera de intérprete. Le pidió entonces a la joven que le preguntara al sordo mudo dónde estaba escondido el botín.
La joven tradujo todo y la respuesta que obtuvo fue que él jamás diría dónde estaba el dinero.
Sacando su arma el criminal le solicitó a la intérprete que le dijera que si no confesaba de inmediato dónde estaba la caleta, le llenaría la cabeza de plomo. Y que ello no era una simple amenaza.
La joven, aterrorizada, le tradujo al detalle cada palabra. El contador entonces decidió revelar dónde estaba escondido el dinero:
“Toda la plata se encuentra en una maleta en la casa de mi cuñado, en la Avenida Libertadores número 1472, en el cuarto principal, debajo de la cama, removiendo unas baldosas que están sueltas. Nadie sabe que ese dinero está allí, sólo yo que lo escondí. La casa permanece sola casi todo el día y la llave de la puerta está debajo de un jarrón blanco con unas rosas rojas a la derecha de la entrada principal”.
Cuando el mafioso le preguntó a la traductora qué le había dicho el hombre, ella le contestó:
“Dice que nunca le revelará dónde está escondido el dinero, y menos a un miserable como usted, un cobarde que no tiene las suficientes agallas para dispararle a alguien como él.”
Por supuesto que el contador fue asesinado y su cuerpo desaparecido al estilo de la mafia. La chica que hizo de intérprete se quedó con la fortuna que el mafioso había ganado vendiendo droga y asesinando. El mismo dinero que el contador había querido robar.
Pero sucedió que días después ella fue víctima del saqueo de un hombre del que se había enamorado y que era un drogadicto que se dedicaba a vivir de las mujeres. Mas ese vividor también fue estafado por otro criminal que se suponía le iba a vender un embarque de droga de buena calidad.
Y así continuó la cadena de maldición sin fin, donde cada engañador siguió engañando y siendo engañado, tal y como lo sentencia la Biblia.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.