(Hechos 26: 19-25, 1 Corintios 1:18; 2:14).
Cuando don Simón Rodríguez, a quien Simón Bolívar llamara su maestro formador y su Sócrates, bautizó a sus tres hijos nacidos en Ecuador como Choclo y Zapallo, los varones, y Zanahoria, la niña, la gente de la época se escandalizó, pues la costumbre era ponerle nombre a los retoños tomados del santoral.
También a nosotros nos puede sonar raro hoy en día traducir nombres como el del filósofo inglés Francis Bacon, pues nos sonaría a Francisco Tocino. O el del famoso cantante country ya desaparecido Johnny Cash, que sería Juanito al contado. O el del expresidente George Bush, que sería Jorge Arbusto. Y que tal los de los magnates de las computadoras: el de Steve Jobs, de Apple, sería Esteban Trabajos. Y el de Bill Gates, de Microsoft, sería Guille Puertas. Sí, hay ciertas cosas que nos suenan a locura, por cuanto se oyen raras o porque no estamos acostumbrados a meditar en ellas.
Cuando Paulus, un gran intelectual del primer siglo, se presentó ante el rey Agripa, le confesó que él era judío de nacimiento, rabino de la secta de los fariseos, discípulo del famoso rabino Gamaliel, hijo de un banquero de Tarso, que poseía la ciudadanía romana y que contaba con un excelente currículo.
Pero que sin embargo después de ser un cruel perseguidor de los cristianos había decidió no perseguirlos más y dedicarse a anunciarle al mundo que ese Jesús, al que él aborreció y al que el gobierno crucificó como a un criminal, era ahora su Señor y el único y verdadero Dios en el mundo.
Ante semejante declaración pública el excelentísimo gobernador Porcio Festo exclamó: “estás loco Paulus, de tanto estudiar se te han cruzado los cables en el cerebro. No hables incoherencias”. Pero Paulus le refutó que no estaba loco, sino que estaba hablando verdad, y que su discurso era coherente. Que inclusive el mismo rey podría creer en sus afirmaciones, puesto que conocía la fe judía y los escritos de los profetas y podía corroborar que todo lo sucedido, que no había sido en secreto, era fiel cumplimiento de lo anunciado por dichos profetas siglos atrás. El rey Agripa, ante estas evidencias, sólo atinó a concluir que por poco se hace cristiano.
Puede ser que políticamente a Agripa no le conviniera hacerse cristiano, pues se echaría a los judíos de enemigos y perdería toda la influencia que había conseguido con el emperador Claudio y luego con Nerón, quien le había añadido varias ciudades bajo su dominio. Pero la razón fundamental para no volverse un discípulo de Jesús fue porque siguió teniendo una mente natural, no regenerada por el Espíritu Santo, motivo por el cual el anuncio de la cruz era para él una locura, y no la única verdad para ser salvo.
La Biblia afirma que hay personas que se condenan eternamente porque se niegan a recibir el discernimiento del Espíritu Santo y por tanto no pueden entender y aceptar el mensaje de Jesucristo y por ello lo califican de locura. Pero si hoy tú crees en esa locura, la que dice que el derramamiento de la sangre de Jesús en la cruz te limpia de pecado, entonces puedes recibir ya mismo la salvación para tu alma. Sólo basta con orar a Dios arrepintiéndote y pidiéndole perdón por tus faltas. ¡Hazlo de una vez, en tus propias palabras!
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.