Continuamos reflexionando en el texto bíblico de Eclesiastés 10:10 el cual dice que si tu hacha no tiene filo tendrás que golpear mucho más fuerte y que si quieres prosperar en la vida tienes que saber qué hacer y hacerlo bien. No podemos ser como el pato que corre, nada y vuela, pero en ninguna de las tres se destaca.
Si ya hemos podido identificar algunos de nuestros talentos gracias a la ayuda de Dios, a los conceptos que sobre nosotros han vertido nuestros cercanos y a la observación que hemos hecho de nosotros mismos, ha llegado entonces el momento de desarrollar dichos talentos para hacerlos productivos.
Cantar, tocar un instrumento, componer, pintar, escribir, hablar en público, practicar un deporte, diseñar, construir o tener cualquier otra habilidad, son condiciones naturales o adquiridas con el aprendizaje que deben cultivarse y llevarse a un nivel de destreza cada vez mayor.
Si un deportista no entrena, no tiene una dieta adecuada, no aprende más de su disciplina y no es dirigido profesionalmente, esa capacidad en bruto que posee no se expandirá a un nivel de excelencia y no lo sacará de la mediocridad elevándolo por sobre el promedio. Y esto se reflejará en pocos trofeos, poco reconocimiento y pobres contratos.
Un concertista decía que si él dejaba de practicar al piano un sólo día, él lo notaría. Si dejaba de practicar una semana, su representante lo notaría. Y si dejaba de practicar dos semanas, el público lo notaría.
Una noche, después de un concierto, una dama se acercó al famoso violinista Fritz Kreisler y le dijo emocionada: “maestro, daría mi vida entera por tocar el violín como usted”.
Y el músico austriaco le contestó: “Eso fue exactamente lo que yo hice”.
Algún día Dios nos pedirá cuentas por aquello que hicimos o dejamos de hacer con los talentos que Él nos dio. Si nosotros le damos a un panadero harina, huevos, mantequilla y un horno, lo lógico es esperar que nos dé un rico pan bien horneado, no que nos devuelva los ingredientes.
Y por eso podemos entender la frustración del hombre de la historia que contó Jesús, el cual le dio a su siervo un talento para que lo trabajara, pero cuando regresó y le pidió cuentas, éste le devolvió exactamente el mismo talento. ¿Qué había hecho con ese talento? Lo había enterrado. El problema no fue que lo robó o lo perdió, sino que lo enterró. El pecado no fue deshonestidad, sino improductividad. Ahora vale la pena que te preguntes: ¿ante Dios soy alguien productivo?
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.