Estudiando historia uno puede darse cuenta de que los esclavos obedecían a sus amos por temor a los crueles castigos. Los soldados vencidos obedecían a los vencedores por temor a ser asesinados. Las naciones chicas obedecían a las poderosas y les pagaban tributo por temor a ser invadidas y destruidas. Las civilizaciones antiguas obedecían a sus dioses por temor a la ira de éstos y que desataran violentos fenómenos naturales.
Hoy en día el temor sigue siendo uno de los principales motivos por el cual decidimos hacer las cosas: el empleado obedece al empleador por temor al despido. El alumno a su maestro por temor a perder el curso. El ciudadano a las autoridades por temor a la cárcel.
Y hasta el cristiano obedece a Dios por temor a los castigos terrenales tales como maldiciones, enfermedades, pobreza, desgracias, y finalmente, la condenación eterna en el infierno.
¡Temor! ¡Temor! ¿Debe ser ese el motivo por el cual hacemos lo correcto en la vida? ¿Desea Dios que le obedezcamos por temor a sus represalias y al castigo en el infierno? ¿Y si lo que Dios desea del ser humano es que lo obedezca, por qué razón no lo programó como a un robot para que siguiera sus órdenes al pie de la letra?
Pensar de esta manera es no conocer el corazón de Dios. El Señor es amor y todo cuanto hace lo hace por amor. Aún la disciplina para sus hijos se basa en el amor, porque es como un Padre que reprende a sus hijos pensando en el bien de ellos.
Por supuesto que Dios hubiera podido programarnos como a robots, pero hay un problema, y es que aunque el robot puede obedecer, no puede amar, y Dios desea la obediencia por amor, no por una programación maquinal o por temor. Lo que Dios anhela es que cada ser humano disfrute del inmenso amor que Él le tiene, le corresponda y anhele con todo su corazón agradarle, hacer su voluntad.
En la ley de Moisés el primer mandamiento era “amar a Dios por sobre todas las cosas”. En la Gracia que trajo Cristo y con la cual sepultó la ley, Dios nos demostró su gran amor muriendo por nosotros. Ahora nuestra respuesta debe ser amarle porque Él nos amó primero. Y obedecerle, ya que somos incapaces de despreciar su gran amor, pisotear su sangre derramada y contristar su Espíritu Santo.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.