La cortesía es el arte de saberse comportar usando buenos modales para no incomodar a nadie, para no pasar malos momentos y para quedar como un príncipe o una princesa ante los ojos de los demás.
Son las normas de etiqueta o protocolos establecidos en las cortes reales y que varían según la cultura, la época, el lugar y la ocasión.
No se trata de automatizar a la gente y volverla rígida, sino de relajarla y disponerla de la mejor manera para hacer de cada instante vivido un tiempo placentero para todos.
Lo opuesto, la descortesía, la grosería, la patanería o la imprudencia, no sólo arruinan un momento que pudiera ser grato, sino que deja molestias, huellas de bárbaro en las mentes de los demás y una mala fama que acompañará a todas partes al infractor.
En las relaciones humanas se enseña que el trato con las personas tiene el efecto bumerán, lo cual significa que lo que se lanza es lo que vuelve a uno.
Esto es sencillo de verificar en la vida diaria y se puede comprobar hasta con un animal conocido. Acércate a tu perro y grítale de manera amenazante. ¿Qué crees que pasará? O se acurrucará, si es manso, o te gruñirá, si es malgeniado.
Y ahora con un ser humano, como por ejemplo el caballero que atiende por una ventanilla en una oficina pública.
Es probable que él ni te mire a la cara cuando te hable y te dirija entre dientes algún “dígame señor”, mientras sus ojos están clavados en la pantalla de su computadora.
Entonces allí, en ese justo momento, tienes la oportunidad perfecta para romperle la rutina a ese empleado y decirle con una amplia sonrisa: “hola señor, muy buenos días, cómo está usted hoy”.
Suponte que el hombre es un amargado de siete suelas y sólo te dice: “bien gracias. ¿Qué se le ofrece?”. No te afanes ni te desanimes. Mándale un segundo disparo de cortesía: “Es usted muy amable señor. Quisiera por favor…”
Y ten la seguridad que aunque el hombre sea más duro que un pan viejo, le perforarás la armadura.
Probablemente hasta se esfuerce por no demostrarte simpatía, pero no podrá evitar recordar por muchos días que por fin un ser humano lo saludó y no simplemente le puso unos papeles encima para que procediera maquinalmente.
Los cristianos, al ser hijos de Dios, al pertenecer a su majestuosa corte, como príncipes y princesas que somos, estamos llamados a usar buenos modales.
Es por ello que el apóstol Pablo nos instruye para que nuestra gentileza, nuestra amabilidad, sea conocida por todos los hombres.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.