(Efesios 5:18, Gálatas 5:22-23).
Rodrigo recuerda que cuando se emborrachó leyó en un letrero que se vendían madres sin sentimiento y que después llegó a tocar a la puerta de una casa y a hacer muchas preguntas sobre los que vivían allí y si la dirección que buscaba era la correcta, hasta que la persona que le abrió le dijo:
“Ya papá, ya no molestes más y éntrate a dormir. Y allí no dice que se venden madres sin sentimiento, allí dice que venden madera, zinc y cemento. Vamos Papá, ya quedaste otra vez sin un centavo y más enfermo que antes.”
El que se embriaga con licor pierde el juicio y no es dueño de sus actos, puesto que la bebida que llega al vientre pasa al torrente sanguíneo y luego al cerebro donde altera la percepción y la capacidad de razonar inteligentemente. A diferencia de embriagarse con vino embriagarse con el Espíritu Santo, llenarse de él, hace mucho más inteligente a la persona, pues su cerebro es dirigido ya no por una sustancia psicoactiva, sino por Dios mismo. Y como fruto de estar bajo el control del Espíritu Santo el individuo manifiesta una maravillosa transformación del carácter.
El fruto, no los frutos, sino el fruto de esa llenura espiritual, es tener nueve virtudes en sí mismo, las cuales son: el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre y la templanza. Estas nueve características de estar llenos, embriagados del Espíritu Santo, se han dividido a su vez en tres grupos de tres componentes cada uno.
En el primer grupo están el amor, el gozo y la paz. Estos tres se experimentan interiormente y se manifiestan exteriormente hacia el prójimo y hacia Dios. Los tres que se evidencian en el trato hacia el prójimo son los del segundo grupo que lo conforman la paciencia, la benignidad y la bondad. Y los últimos tres que se evidencian en la relación hacia Dios están en el tercer grupo que lo conforman la fe, la mansedumbre y la templanza.
Y es importante hacer notar que la Biblia es muy clara al advertir que cuando una persona está embriagada del Espíritu Santo no pierde su personalidad ni sus capacidades de razonar y decidir. En otras palabras, el Espíritu Santo no robotiza a nadie, sino que lo inspira y guía para que todo lo que piense, haga y diga sea con decencia y orden. No hay excusas para que un cristiano incurra en extravagancias y luego se las achaque a la unción. Eso no es verdad.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.