Nuestro buen sentido del humor ha dejado ciertas expresiones populares como estampillas jocosas en lo que respecta a pagar por un servicio recibido, como cuando el camarero trae la cuenta y el comensal satisfecho mira el cobro, se frota la panza y dice: “estoy tan agradecido que no tengo cómo pagarle”.
O como cuando el ama de casa le dice al técnico que le ha hecho una reparación que está tan agradecida que desea que Dios se lo pague, pero éste se apresura a aclararle: “mejor páguemelo usted señora”.
Y qué tal la frase del que responde a la pregunta de si algo se puede pagar en cómodas cuotas: “Bueno sí, tan pronto termine el trabajo me lo puede pagar en efectivo en dos contados, primero cuenta usted y después cuento yo”.
A Jesucristo lo invitaron a cenar en una ocasión a la casa de un hombre judío muy importante, ni más ni menos que a la casa de un jefe de los fariseos. Y según relata el escritor Lucas en el capítulo 14 de su evangelio, el Señor Jesús aprovechó la ocasión para darle a su anfitrión un raro consejo:
“Cuando hagas una fiesta o cena, no invites ni a tus hermanos, ni al resto de tus familiares, ni a tus amigos, ni a tus vecinos más adinerados, porque ellos después te invitarán a ti y te recompensarán a su manera.
En cambio, si invitas a los pobres, a los cojos, a los tullidos y a los ciegos, ellos no tendrán ninguna posibilidad de devolverte la atención, pero en cambio Dios te tendrá una gran recompensa”.
¿Te imaginas esa escena hoy en día? Debe parecer ridícula. Según las normas de etiqueta cuando has recibido una buena atención quedas en deuda para devolverle al oferente una invitación igual.
Además, para tales ocasiones, lo que se acostumbra es convidar a familiares, allegados y personas importantes o influyentes, pues tales eventos se aprovechan para estrechar lazos familiares, laborales o sociales.
Y vale la pena que el anfitrión se gaste una buena suma en atender a sus invitados, ya que es una inversión para cuando éstos le regresen el favor.
Sin embargo, Jesús nos invita a ser sabios, a mirar una recompensa superior, una que viene directamente del dueño del universo, de Dios.
Atrevámonos entonces a darle con amor a los marginados, a los que no tienen la capacidad de devolvernos el favor, y así seremos retribuidos por Papito Dios, pues quien da al pobre a Dios le presta.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.