Los bancos no son entidades de beneficencia, sino industrias sin chimeneas encargadas de hacer más dinero del que tienen. No son organismos filantrópicos, sino empresas que prestan sólo al que les puede pagar y con intereses.
Ellos no existen para apoyarte en tus gestiones y materializar tus sueños, aunque se gasten millones en publicidad para hacértelo creer, sino para incrementar su capital, ya que si no calificas para un préstamo nunca lo tendrás, no importa que tu propósito sea noble o tu idea sea muy brillante.
Los únicos bancos que realmente se interesan en la vida de la gente y no en el capital que tienen son los bancos de sangre, el resto sólo existen para hacer más y más dinero.
Pero el fin de esta reflexión no es desacreditar a este tipo de empresas, pues como negocio su idea es ganar dinero, y eso no es ni delito ni pecado, siempre y cuando se haga de manera justa.
El objetivo de este tema es meditar en la forma inteligente como operan los bancos, los cuales sólo le prestan dinero al que tiene la capacidad de devolvérselo en un tiempo predeterminado y junto con los intereses.
Y de este sistema financiero ya sabía Jesucristo, y así lo deja notar cuando refiere la parábola de los talentos y regaña al tercero de los siervos, al malo, acusándolo de negligente.
El Señor desaprueba el que él haya enterrado el talento que se le había dado en lugar de llevarlo al banco para que ganara intereses.
Y la moraleja no es que nos volvamos codiciosos, cosa que la Biblia condena, sino que seamos inteligentes, que aprovechemos al máximo los recursos que se nos dan.
La lección es para que ni siquiera tiremos las cáscaras de una fruta sino hasta cuando las hayamos exprimido completamente.
Para ser espiritual no hay que ser tonto, sino sabio. Y en este sentido hay un negocio que Dios nos plantea y que es excelente para el incremento seguro y efectivo del capital, no importa la cifra que se invierta.
Se trata de prestarle a Dios. Sí, darle dinero en calidad de préstamo para que Él nos lo devuelva con altísimos rendimientos.
Y no es que Dios esté pobre o sin flujo de caja, sino que nos pide que le demos al pobre, al desvalido, al necesitado, a la persona que no tiene quién le tienda la mano.
El Señor nos dice que cuando alguien le regala a una persona pobre y lo hace con amor, esas dádivas tangibles e intangibles son préstamos que le estamos haciendo a Él mismo.
Y añade el hecho de que Él mismo se encargará de devolvernos el préstamo.
¡Adelante! ¡Hagamos un buen negocio!
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.