(1 Juan 3:1-2).
Cuando alguien te pregunta quién eres tú, de manera veloz tu mente, antes de producir una respuesta, procesa quién te ha cuestionado y en qué contexto se te ha hecho el interrogante, pues si la pregunta te la hecho un amigo de la familia la respuesta tal vez sea: soy el hijo de, o el nieto de, o el sobrino de. Pero si la interpelación te la hacen en el colegio de un hijo tuyo tal vez tengas que decir que eres el padre o la madre de. Y de igual manera podrás expresar cosas tales como: soy el residente de, o soy el empleado de, o soy el alumno de, o el profesor de, o el oyente de, o el ciudadano que, etc.
Ahora, si tuviéramos que responderle a Dios Padre quién soy yo, que bueno sería que todos pudiésemos contestarle de la siguiente manera:
“Dios, yo soy una creación tuya que nació pecador y continué siéndolo hasta el punto de hacerme tu bastardo enemigo. Pero tu amor por mí me constituyó en tu hijo, el hermano de Jesucristo, y ahora me tratas como a tu amigo íntimo, a quien cuidas como a la niña de tus ojos, nombrándome heredero legal de todas tus posesiones y coheredero con Cristo.
Es por ello que ahora me has asignado ángeles tuyos que me ministran todo el tiempo, me has lavado con la sangre de Cristo y hasta me has sellado como posesión tuya con tu Espíritu Santo, el cual has hecho habitar dentro de mí para que cumpla con la misión de ser mi ayudador y consolador.
Es él quien me guía a toda la verdad y me da el poder suficiente para vivir una vida sobrenatural entre tanto que voy a reunirme contigo en la mansión celestial que Cristo fue a preparar para mí.
Y por todas esas razones es que he decidido amarte por sobre todas las cosas, obedecerte como a mi Señor, serte fiel como tu amigo, adorarte como tu servidor, trabajar para ti como tu siervo, administrar tus bienes como tu mayordomo, ser tu testigo ante el mundo y anunciarte como tu agente de publicidad.”
Y cada palabra que usemos para decirle a Dios quién soy yo para Él, no es algo que se nos ha ocurrido o que nos hemos inventado, sino que es aquello que Él mismo ha declarado sobre nosotros en la Biblia.
Así por ejemplo las Sagradas Escrituras dicen que nosotros, siendo criaturas de Dios, no éramos sus hijos, sino bastardos, hijos de desobediencia, sus enemigos, pero que gracias a su amor hemos llegado a ser sus hijos, herederos de Él y coherederos con Cristo. Pero todo esto y mucho más sólo se hace posible cuando decidimos por la fe rendirle completamente nuestra vida a Jesucristo.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.