(Oseas 2:14; Marcos 6:30-32; Lucas 5:16).
En la cultura cristiana se tiene la idea generalizada de que “pasar por un desierto” significa estar enfrentando un tiempo de graves problemas o angustias, mas no siempre es así.
En términos espirituales el desierto no es sólo el lugar de la prueba, o de la tentación, o de la aflicción, es también el sitio de la soledad voluntaria, del retiro, de la meditación y del descanso.
Inclusive Jesús, aunque al comienzo de su vida ministerial fue llevado al desierto para ser tentado, regresó muchas veces a él, voluntariamente y por breves momentos, para escapar del tumulto, del ruido y de la actividad incesante; y así poder darse un respiro, un tiempo de meditación, oración y descanso.
Al consultar el diccionario de la Real Academia Española la palabra desierto aparece con cuatro acepciones, de las cuales la primera se refiere a un lugar despoblado, solo e inhabitado.
Y sólo la última la define como un territorio arenoso o pedregoso que por falta casi total de lluvias carece de vegetación o la tiene muy escasa.
Ir al desierto, de visita, no para vivir allí, tiene sus bondades terapéuticas en materia de salud espiritual.
El ser humano, y mucho más el cristiano, necesita momentos de quietud, de soledad, de descanso, de meditación, de silencio, de motores apagados.
Aunque algunos no tienen que apagar sus motores, sino sus turbinas, porque son demasiado hiperactivos, todo el tiempo están corriendo, hablando, gritando, hablando por celular o enviando textos, navegando en internet, corrigiendo a los hijos y haciendo más y más planes en unas agendas a las que ya no les cabe un compromiso más.
Estas son las personas que se tornan nerviosas, que se estresan, que pierden la paciencia fácilmente, que no tienen lucidez para pensar y que no pueden escuchar la voz de Dios porque están inmersas en tanto ruido que no la pueden discernir.
Son las mismas que dejan la estufa encendida, la plancha conectada, las llaves de la casa dentro del refrigerador y el celular en la cinta de la cajera del supermercado.
Cuantas ganas le da a Dios de amarrar a esas personas, taparles la boca, ponerles una Biblia en las manos y llevárselas a un lugar solitario para poder compartir un ratito con ellas y hablarles a su corazón y llenarles de amor.
¡Anímate, escápate al desierto un momentito, Dios te está esperando!
¡Ya verás lo fascinante que es!
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.