Científicos estadounidenses descubrieron a una mujer con una rara enfermedad cerebral que no le teme a nada, ni a una serpiente cerca de sus hijos ni a un cuchillo en su cuello. Ella no puede experimentar el miedo porque tiene destruida la parte del cerebro en la que los investigadores creen se gesta ese sentimiento.
Hace 20 años le vienen haciendo un seguimiento a esta dama conocida como SM en busca de claves sobre su condición. Justin Feinstein, cuyo estudio se publica en el diario Current Biology, comentó sobre el caso:
«Es sorprendente que aún esté viva. «La naturaleza del miedo es la supervivencia y la amígdala cerebral nos ayuda a evitar situaciones, personas u objetos que amenazan la vida. SM perdió su amígdala y por ello perdió la capacidad de detectar y eludir el peligro».
Y seguro que hay que estar detrás de una persona así cuidándola a toda hora, pues se corre el riesgo de que se tire de un edificio, o se le arroje al tren, o se enfrente a un delincuente armado.
El temor es algo bueno y sano en la medida en que nos ayuda a la preservación de la integridad. Pero se nos puede volver también un lastre cuando nos frena e impide que tomemos riesgos necesarios, como el de iniciar una nueva empresa.
El temor debe ser una luz amarilla intermitente en la autopista, lo cual quiere decir que en ese tramo de la vía y de la vida hay que andar con precaución. Pero cuando el temor se convierte en una luz roja que no cambia, nos complica la existencia, nos frena y no nos deja avanzar hacia nuevos logros.
Porque todo triunfador sabe que hay que tomar riesgos, pero riesgos inteligentes, controlados y necesarios. Nunca riesgos estúpidos como el del chico ebrio que se lanza en su auto a ver qué velocidad puede alcanzar, sólo para impresionar a unos más tontos que él.
Dios, quién ya nos creo con un sistema cerebral capaz de percibir el temor, ahora nos da a los cristianos el Espíritu Santo, no un espíritu de temor, sino de poder, de amor y de dominio propio. Y con el Espíritu Santo tenemos la capacidad de controlar el temor, en lugar de que el temor nos controle a nosotros. Por ello es que debemos alimentarnos con la Palabra de Dios, la única comida espiritual autorizada para el cristiano.
Con ella podemos producir la “hormona espiritual de la fe”, que es la que el Espíritu Santo segrega en nosotros para vencer toda prueba y llevarnos a más victorias.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.