Imaginemos por un momento que nuestro hijo más pequeño pudiera verbalizar algunos de sus pensamientos con respecto a lo que él califica como injusticias de sus padres. Entonces, posiblemente diría algo así:
“¿Qué se creen estos grandulones? Qué les importa a ellos si no como ensaladas, frutas y granos. A mí me gustan son los dulces, los chocolates, los helados, eso sí es rico. ¿Y cómo se atreven a darme esas asquerosidades de medicinas que saben a limpiador de pisos? ¡Dizque buenos padres! Los descarados van a mi cama a orar por mí en las noches y a darme besitos sin recordar que me castigaron en la mañana y en la tarde me hicieron llorar por no dejarme atravesar la calle como un loquito. ¡Son unos malvados! Y no me dejan jugar todo el día , sino que me obligan a hacer las tareas!”
Claro que escuchar a un chiquitín diciendo esas necedades sería como para revolcarse de la risa. Pero también para reflexionar, y seriamente, pues si nos ponemos en su lugar sus razonamientos pudiesen ser justos. Lo que pasa es que no pensamos como niños, sino como adultos, y más que adultos, como padres.
Nosotros no estamos pensando en lo delicioso de un helado con chips de chocolate y chicles en miniatura servidos a las seis de la mañana como desayuno. Claro que no, estamos pensando en algo que aporte nutrientes al cuerpito en desarrollo de un niño que se va para la escuela y que va a tener un buen consumo de calorías y mucha actividad cerebral.
Lo del sabor es secundario, lo primordial es su buena alimentación. Pero no le podemos pedir a un bebé que razone de esa manera. Si ellos escasamente pueden pensar en el día de mañana cómo exigirles que lleven sus mentes 20 años adelante y traten de visualizar cómo serán sus huesos y músculos.
Mientras un infante sólo se preocupa por encontrar su pelota, sus padres ya están ahorrando para su universidad. Eso es ser papá. Y eso es ser hijo. Es por eso que Papá Dios tiene que decirnos a través del profeta Isaías que sus pensamientos no son nuestros pensamientos.
Él, quien tiene en mente la eternidad, obra en nuestras vidas de maneras que nos resultan incomprensibles, pues nosotros sólo podemos pensar en lo temporal, en lo de hoy, nada más. Pero aunque veamos como injustos algunos de los actos de nuestro buen Dios recordemos algo: Él es nuestro Papá, nos ama y desea lo mejor para nosotros. Así es que dejemos de refunfuñar y depositemos nuestra confianza en Él.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.