Un refrán dice: “Di siempre la verdad y no necesitarás tener buena memoria”.
Otro reza así: “La mentira es tan débil que siempre necesita de otra que la sostenga, formando una larga cadena que nunca se puede sostener y que envuelve al mentiroso”.
Un grupo de muchachos se fue de fiesta el domingo en la noche sabiendo que al otro día debían presentar un examen en la universidad.
Como se quedaron dormidos acudieron tarde a la prueba, pero inventaron la excusa de que una rueda del auto se les había estallado y que al no tener repuesto les tocó llegar corriendo.
El profesor fue condescendiente y les practicó la evaluación escrita poniéndolos muy separados el uno del otro.
Después de dictarles nueve preguntas les hizo una muy curiosa enfatizándoles que valdría el 50% de la calificación final: “Diga usted cuál fue la rueda del auto que se estalló”.
¡Qué sorpresa la que se llevaron! Y también fue grande la sorpresa que vivieron algunas esposas y los directivos de una reconocida aerolínea a la que se le ocurrió regalarle a los ejecutivos que eran viajeros frecuentes un pasaje de cortesía para que sus cónyuges les acompañara en alguna ocasión.
Resulta que la oferta debió ser retirada al poco tiempo debido a que cuando escribieron a las esposas para saber cómo les había parecido la experiencia de usar ese tiquete gratuito y acompañar a sus esposos en un viaje de negocios, varias contestaron que no sabían de qué tiquetes les hablaban.
Es una gran incomodidad tener que estar inventando mentiras nuevas para cubrir las antiguas.
Aparte de ello, el estar viviendo en la permanente tensión de poder ser descubierto no deja de ser una amargura para la vida.
La mentira se vuelve un hábito, una esclavitud. Y se termina recurriendo a ella aún sin una aparente necesidad.
El mentiroso es un adicto, un mitómano que actúa compulsivamente y que no se halla cómodo diciendo la verdad.
A él le es imprescindible exagerar cualquier historia aunque sea muy simple sólo para hacerla más llamativa e impresionar a los demás.
El mentiroso no sólo daña a otros, sino que se daña a sí mismo y pierde toda credibilidad y confianza.
Su gran castigo no es sólo el hecho de que nadie le crea, sino el que él mismo no le pueda creer a nadie.
El mentiroso deja en evidencia que tiene algún parentesco con el diablo, pues Satanás es padre de mentira.
Dios nos llama hoy a ser personas veraces, confiables, de palabra.
Decide ya mismo ponerle freno a cualquier posibilidad de mentir. ¡Que tu sí sea sí y que tu no sea no!
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.