Esas personas que te saludan con toda clase de títulos rimbombantes, que te abrazan y soban la espalda desde donde inicia hasta donde termina y que te dicen las más suaves y halagadoras palabras, son de poca confianza, cuidado. Ellas te tocan el cascabel por un lado, para distraerte, mientras preparan la mordida venenosa por el otro. Y cuando menos lo pienses… ¡ñau!… Te convertiste en su bocado, y ya tragado, no vale abogado.
El rey Salomón en Proverbios 26:23 en la Biblia dice que los piropos del malvado son tan engañosos como una olla de barro cubierta de plata. En otras palabras, esos dichos que nos suenan tan bonitos no son sino un empaque de cosas malas, apariencia, falsedad.
Y por eso es que hay que andarse con cuidado con tales personas, porque no sabemos qué intenciones tienen y qué planes malvados están fraguando. Y no es tan difícil diferenciar a alguien adulador o lisonjero, de alguien amoroso que reconoce tus méritos o te da palabras de aliento y de valor.
El primero siempre es exagerado, sobrevalora tus aciertos y se sale de las proporciones reales de las cosas. Sus frases suenan rebuscadas, insinceras y parecen una caricatura de la verdadera aprobación o felicitación.
El segundo, en cambio, tiene palabras motivadoras pero mesuradas, reales, expresadas con convicción y con el deseo de reconocerte un mérito que te pertenece y no que se te da injustamente.
El lisonjero lanza sus florituras verbales y siempre espera a ver qué tajada puede sacar. No ha terminado de decir una adulación y ya está pidiendo un favor. El sincero te dice las cosas sin esperar que le pagues, pues no te está vendiendo nada, ni se está haciendo el simpático para después aprovecharse de ti.
El lisonjero es un experto conquistador de chicas, sobre todo de aquellas de personalidad débil, inseguras, con baja autoestima o con problemas familiares. El lisonjero sabe usar las palabras exactas para hacerlas sentir en el cielo, las endulzan, les proporciona una falsa aceptación y una ilusoria imagen de divas.
Y claro, las jovencitas son elevadas a la altura de las palmeras, pero cuando ya las usaron, las dejan caer como cocos. Cuidémonos de los labios lisonjeros, y cuidémonos nosotros de no ser uno de ellos, pues a veces, de manera inconsciente, podemos ser introducidos en ese juego.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.