Cuando Rocío compró el amplificador de sonido le dijeron que eso era lo básico para hacer su teatro casero. Ella feliz fue a su casa y les dijo a todos que ahora verían la televisión con sonido al estilo de las salas de cine. Pero faltaba algo, los parlantes.
El amplificador lo que hace es elevar la potencia del sonido que llega del televisor, pero se requieren buenos altoparlantes que reciban dicho sonido que llega del amplificador. Resuelto el asunto faltaba algo, los cables. Cables de sonido que llevaran el audio del televisor al amplificador y del amplificador a los parlantes.
Y cuando por fin quisieron estrenar el teatro casero se dieron cuenta de algo más, el televisor, por ser de los viejitos no tenía salida de audio. La solución, esperar unos meses más para comprar un televisor nuevo, pues ya todo el dinero se había ido en el amplificador, los parlantes y los cables.
¡Ay Rocío cuánto lío! Si tan solo un vendedor honesto te hubiera explicado al inicio qué era lo que necesitabas te habrías evitado ese vaya y venga y dejar a todos con las ganas. Por eso es que cuando a uno le están ofreciendo un producto que desconoce no está por demás preguntar qué más se necesita para que funcione, que tipo de corriente usa, si hay que cambiar alguna pieza, si es el adecuado para lo que necesitamos, etc.
A nivel espiritual pasa lo mismo. No falta quienes dicen: “Bueno sí, es verdad, ahora estás en Cristo y con Él tienes perdón de pecados, sanidad, provisión y salvación, pero…” Y acto seguido te venden su producto, servicio, idea o filosofía.
De cualquier manera se las ingenian para hacerte creer que algo más te falta, que es necesario acompañar lo que Cristo ya hizo por ti con algunas otras cosillas que un gran maestro ha descubierto en estos últimos tiempos. ¡Y pum… llévate tu golpazo! Te llenan la cabeza de mentiras y luego te vacían la cartera.
Bien les decía el apóstol Pablo a los Colosenses que no se dejaran engañar, que si estaban en Cristo ya estaban completos, no les faltaba nada, que Cristo era más que suficiente para la plenitud espiritual, que no fueran bobitos y no se dejaran estafar.
Y que si había alguna insatisfacción era algo bueno, normal, sano, no porque con Cristo algo faltaba, sino porque al estar en Cristo el Espíritu Santo hace que cada día queramos llenarnos más y más de Él; es un hambre y una sed permanentes por Él.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.