Esta no es una crónica judicial en la que una ex esposa despechada asesina a la nueva mujer de su ex pareja. No, es la historia de una madre que por enfocarse excesivamente en sus hijos descuidó al marido y se anuló ella misma como esposa.
En algunas mujeres el ser madres es una experiencia tan maravillosa y absorbente que pareciera hacerles olvidar el pacto que hicieron ante Dios con el padre de sus hijos. Aquello de amarte y estar contigo en la buenas y en las malas hasta que la muerte nos separe de repente se relegó por las demandas de los nuevos integrantes de la familia que cual tiranos exigen todo tipo de atenciones y a toda hora.
“Prepárate tú la comida que estoy haciéndole la papilla al niño”. “Lava tu ropa y plánchala que estoy ocupada con los vestidos de la niña”. “No te puedo acompañar por que el bebé se durmió ”. “No tengo ganas de hacer el amor contigo, estoy tensa y cansada de lidiar con los chicos”. “No prendas la radio o el televisor que puedes despertar a Juanita”. “No te comas las manzanas que las compré para el niño”. “No me abraces ni me beses, no ves que aquí están los muchachos”. “Pues me la paso despeinada, fea y maloliente porque estoy todo el día cuidando niños”. “Si no te gusta vete que yo me quedo con mis hijos”. “Un hijo lo es toda la vida, esposo no”.
Y la misma historia se pudiera contar al revés, donde un hombre se enfoca tanto en su papel de padre que relega a su esposa y ya no la ama, la sirve, la cuida y atiende como antes, porque ahora sus hijos lo han absorbido completamente.
Esposos, los hijos son una bendición, son un regalo de Dios, son la cereza encima del helado, pero jamás pueden permitir que se conviertan en los destructores del matrimonio. ¿Acaso los esposos que no engendraron hijos no fueron un verdadero matrimonio? Claro que sí, como lo fueron Abraham y Sara, Jacob y Raquel, Elcana y Ana, y Zacarías y Elizabeth, durante todos los años en que estuvieron sin hijos.
Si una mujer se casa pensando solamente en tener hijos lo que le está diciendo a su pareja es que sólo le importa como reproductor, no como marido, y que pudiera cambiarlo en cualquier momento por otro semental o un donante de esperma.
Los hijos son prestados, algún día se irán de la casa a formar sus propios hogares, en cambio los esposos se unen para toda la vida. Jesús dijo que lo que Dios unió nadie lo separe, así es que nadie tiene autoridad para destruir la santa relación matrimonial, sólo la muerte la puede disolver. Y aunque suene mal culturalmente el plan de Dios es que los esposos y esposas estén por encima de los hijos.
Sí, Dios nos manda ser buenos padres, y honrar a nuestros padres y amar a nuestros hermanos, pero nunca al punto de sacrificar nuestro matrimonio, eso nunca.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.