La jirafa, cuyo nombre proviene del árabe “ziraafa” o “zurapha”, que quiere decir alta, es un animal con una lengua muy especial y de la cual los humanos tenemos mucho que aprender. Dentro de sus características particulares está el hecho de que es negra y larga, mide 50 centímetros, lo cual le permite alcanzar objetivos lejanos.
Es fuerte, al punto de poder envolver grandes ramas y arrancarlas. Es resistente, lo cual le ayuda para quebrar gruesas espinas. Y es manejable, tanto que la usa para limpiarse las orejas y poder oír mejor. Y aunque es negra, larga, fuerte, resistente y manejable, jamás mete en líos a su dueña, porque la jirafa es muda, debido a que carece de cuerdas vocales.
Los humanos también podríamos usar nuestra lengua para alcanzar objetivos lejanos, hablando bien, estableciendo sanas relaciones, diciendo la verdad, expresando las cosas de manera correcta y sanando en lugar de estar hiriendo. Una lengua que sea de bendición en lugar de maldición nos puede llevar mucho más lejos en la vida.
También como la jirafa podemos usar la lengua para envolver y arrancar con trabajo honrado nuestra comida, para quebrar las espinas de la ofensa con respuestas sabias y no necias y para guardar reposo dentro del estuche, en la boca, después de dejar las orejas limpias y listas para que puedan escuchar mucho mejor. El apóstol Santiago escribió en su epístola en la Biblia, en el capítulo uno versículo 19, que todo ser humano debe estar dispuesto a escuchar antes que a hablar. Que sus oídos deben ser veloces cuando se trata de oír algo, para analizarlo y sacar conclusiones.
Y que la lengua, por el contrario, debe ser muy lenta, pues antes de hablar se debe pensar una y otra vez, y otra vez, si lo que se va a decir es correcto, y si se le va a decir a la persona correcta, en los términos correctos y con las intenciones correctas.
Y qué bueno sería que si el dueño de la lengua está molesto, herido o enojado, se le trabara el mecanismo de funcionamiento y la misma tuviera que quedarse quieta, en reposo, dentro del estuche.
Dios hizo al hombre con una sola lengua y dos oídos, lo cual nos enseña a oír el doble de lo que hablamos. La lengua se puede guardar en el estuche y quedar encerrada, mientras que los oídos están siempre expuestos. Y la lengua tiene que ser domada para que en lugar de dañar pueda servir, en tanto que las orejas viven pegadas a la cabeza.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.