La corrección es un bocado amargo pero que al ser masticado y tragado deja un dulce sabor en el paladar. Cuando recién se lleva a la boca es molesto, da deseos de escupirse, pero después de procesarlo se convierte en una exquisitez de alto valor nutricional. Así es la corrección, y es una lástima que por esa primera impresión que se tiene de ella, sea rechazada y no se aproveche al máximo.
Y es comprensible que la gran mayoría no la reciba de buena gana y con una actitud adecuada, puesto que el ser humano, de forma innata, no desea ser reprobado, sino aprobado, aceptado, valorado, amado y felicitado. El sabio Salomón en el libro de Proverbios nos enseña que podemos responder a las correcciones de dos formas diferentes: Una es como los escarnecedores, que se enojan, rechazan y odian a quien los corrige. Y la otra es como los sabios, que calmadamente analizan, aceptan y aman a la persona que les hace la corrección.
Un sabio no responde ni apresurada ni locamente, y menos con agresividad, sino que escucha lo que se le dice y juzga objetivamente para tomar nota y aprovechar lo que le es conveniente y rechazar lo que no le es conveniente. Pero, ¿qué hay que corregirle a un sabio, si se supone que es un sabio?
Esa es una pregunta legítima, porque hemos creído que un sabio es un ser perfecto; mas no es eso lo que dice la Biblia, sino que lo muestra como el que va hacia la perfección, tal y como lo es el cristiano, en quien Dios sigue trabajando cada día, pues está terminando la buena obra que empezó en él.
Jesucristo se comparó a Él mismo con la vid verdadera, al Padre con el labrador y al cristiano con el pámpano. Luego explicó que el pámpano que lleva fruto en lugar de ser aplaudido y condecorado, es sometido al fastidioso proceso de ser limpiado. ¿Para qué? Para que lleve más fruto. La limpieza no es para mal, sino para aumentar su productividad.
Y así es la corrección. Es la revisión detallada de un proceso con el fin de optimizarlo. Ser limpiados es algo molesto, pero si procedemos como sabios vamos a ser mejorados.
Y cuando tú debas corregir a alguien no lo hagas con un tonito regañón y dándote ínfulas, hazlo con amor. Recuerda que la reprensión es un bocado amargo, por lo cual ve suave, despacio, con trozos pequeños, que se puedan digerir fácilmente, que den tiempo para masticarse, tragarse y respirar.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.